Una honda palpitación del espíritu, como proponía Antonio Machado, es la que habita en estas inquisiciones. En ellas los hechos tienen un culto: recreando el pasado, modificar el futuro. El tema es el mundo, sin simulacros. ¿Cuál es la voz de nuestro tiempo? ¿La mediocridad, la desmemoria, el racismo, la fama? “¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza?”. Ese dios es la palabra. Y, como la utopía, está en todas partes.

No.

ENTRADAS

El principio de mediocridad


Beatriz Gutiérrez Müller


Copérnico primero, luego Giordano Bruno y años después Galileo afirmaron y divulgaron el heliocentrismo: no es la Tierra sino el sol, el centro del universo. Este planteamiento daba al traste con toda la doctrina cristiana basada en la Biblia: si el centro del universo era donde se detuvieron el sol, Gabaón, y la luna, Ayyalón (Josué 10,12-13), y Dios había elegido la Tierra para revelarse en Jesús, las tesis copernicanas resultaban, cuando menos, inaceptables. Copérnico murió en 1543 sin mayor pompa; Bruno fue acusado de hereje y quemado (1600) en la hoguera en una plaza romana y Galileo falleció, procesado (1642) por el Santo Oficio italiano, antes de conocer su sentencia.

El principio de mediocridad en la Edad Media, que tuvo su origen en los presupuestos de Aristóteles, se convirtió, entonces, en fuente primordial para las tesis de varias áreas del conocimiento y la vida práctica: una buena moral es estar en medio de… Para los astrónomos, comenzando por Copérnico, este principio consistía en concebir que ninguna naturaleza “especial” ha sido dada a los terráqueos. Si la Tierra no es el centro del universo y nosotros sólo somos una parte insignificante del infinito engranaje de mundos y estrellas, somos todos unos mediocres.

La difusión del principio estar en medio de generó, por cierto, una cantidad infinita de especulaciones. La más relevante: que es posible la existencia de una vida extra terrenal. Para la humanidad, el principio aplicaba por igual: nada de relevante tiene esta época frente a la anterior o posterior; por ende, nada tampoco tiene de exclusivo esta persona o aquélla. Si para el astrónomo o el científico no hay nada especial, no es fácil imaginar en nuestros tiempos que en la mentalidad del siglo XV deambulara el canon según el cual vivir en el término medio es una aspiración. Somos comunes y corrientes.

El hombre mediocre es lo ideal porque es imperfecto, pregonaban los medievales. Lo mejor en la vida era tratar de pasar desapercibido: “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”. Esta concepción, aplicable al individuo y a la sociedad, vale decir, tampoco era nueva del todo, como anticipaba al inicio. Los antiguos grecolatinos la habían visto germinar en Aristóteles. El inteligentísimo filósofo había apuntalado al justo medio como el camino a seguir para la más noble de las aspiraciones humanas: la felicidad. “La virtud es un modo de pensar y de sentir que se mantiene en el justo medio entre el exceso y el defecto; este justo medio puede ser conocido por la razón, y quien lo conoce, como el sabio, obra en consecuencia y es feliz; pues, la felicidad no es sino la actividad de la vida conforme a la razón”. “Puede ambicionarse el honor más o menos de lo debido; pero también se puede ambicionar hasta el punto que sea conveniente; y esta disposición, sin nombre particular, que es el justo medio en punto a ambición, es la única digna de nuestra alabanza” (Ética a Nicómaco, IV, IV). Siglos después, entre los romanos, la apatía fue para los estoicos la forma ideal de vida: vivir en paz, con serenidad y sin sobresaltos, para llegar a la felicidad. Así, la filosofía medieval, mejor conocida como escolástica, se convirtió en el método teológico, con base en el aristotelismo, que emplearon, durante siglos, los hombres y mujeres pensantes de aquellos siglos.

Elefante y canoa

de Guillermo Olguín

Guillermo Olguín (1969)


Mexicano, nació en el Distrito Federal. En Seattle, se formó en el Cornish College of the Arts y, después, en la Universidad de Bellas Artes de Hungría y en Toulouse. En pintura o dibujo, gráfica o fotografía intervenida, su obra se caracteriza por explorar los climas metafísicos del viaje, su mitología y sus ritos paganos. Enfrenta a los materiales con audacia: escultura en bronce, cerámica y textiles. Y el color se indaga a sí mismo en busca de poesía. Hasta la fecha, ha expuesto de manera individual y colectiva en México, Brasil, Argentina, Cuba, Paraguay, EUA, Italia, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Hungría, España, Portugal, Finlandia y Japón. Fruto de su labor, ilustró La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, entre otros. Su compromiso con los pueblos indígenas lo llevó, sin darse cuenta, al mundo del mezcal.



“Mucho hablar y poco saber, mucho gastar y poco tener, mucho presumir y poco valer, echa muy presto al hombre a perder” es uno de los dichos que corrían en esos tiempos. Fernando de Rojas había enseñado que “una mediana vida yo poseo, un estilo común y moderado, que no lo note nadie que lo vea” (La Celestina). Más adelante, “Nunca lo bueno fue mucho”, escribió Miguel de Cervantes (El Quijote, I, VI). Aún, Blais Pascal, en el siglo XVII, recomendó: “El talento extremado suele acusarse de locura, como la carencia extremada del mismo. Solamente es buena la mediocridad”.

Con el florecer del individualismo –por abreviar: desde el surgimiento de las doctrinas del contrato social, en el siglo XVII– cada ser humano, cada sociedad, cada nación y cada tiempo tienen todo lo que de especial es posible. Siguiendo a Hobbes, Locke y Lukes, hasta la evaluación moral es personal. A principios del siglo XX, el argentino José Ingenieros dedicó su principal obra filosófica, El hombre mediocre, a hablar del tema. Dividido el humano en tres tipos –inferior, mediocre y superior–, atribuyó al segundo las características que tuvo en el Medioevo pero con connotaciones negativas: en nuestros días el mediocre es sumiso; acepta sin chistar las imposiciones; es carente de personalidad, maleable. Al idealista le hacen la guerra los mediocres, lanza Ingenieros. Todo porque el mediocre es egoísta, acomodaticio, no se interroga nada relevante; prefiere que las cosas estén como están.

La célebre frase in media virtus de Aristóteles es, hoy día, obsoleta. El humano mediocre es, para vergüenza de la familia, un bueno para nada. Muchas voces de la cristiandad han condenado el ser mediocre: es un retroceso empapado de cansancio y desilusión. El mediocre es hoy el que no quiere luchar, el que prefiere “estar en medio de”. Para la sociedad de consumo, el mediocre es aún peor: no aspira a ser alguien en la vida, le place ser del montón, no se quiere superar… “¡Tú no eres nadie!”, le acusan. Caramba, ¡cómo cambia el sentido de las palabras!

Beatriz Gutiérrez Müller (1969)


Mexicana, nació en el Distrito Federal. Ensayista, poeta y narradora. Como novelista ha escrito Larga vida al sol y Viejo siglo nuevo. En 2016 apareció su libro de ensayo Dos revolucionarios a la sombra de Madero, primer volumen de una trilogía sobre los poetas centroamericanos Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell. En la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla es investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego. Sus lecturas tienen especial debilidad por Dostoievsky, Quevedo, Bernal Díaz del Castillo y Giordano Bruno.