Una honda palpitación del espíritu, como proponía Antonio Machado, es la que habita en estas inquisiciones. En ellas los hechos tienen un culto: recreando el pasado, modificar el futuro. El tema es el mundo, sin simulacros. ¿Cuál es la voz de nuestro tiempo? ¿La mediocridad, la desmemoria, el racismo, la fama? “¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza?”. Ese dios es la palabra. Y, como la utopía, está en todas partes.

No.

ENTRADAS

La poesía babélica


Raquel Guzmán


Paradójicamente el primer libro de Juan Gelman, Violín y otras cuestiones (1956), se abre con un poema titulado “Epitafio”; el pájaro, la flor, el violín mueren para dar lugar a la voz, una voz humana instalada en el atardecer, ese momento incierto que presagia la felicidad o la desdicha. La poesía es ya, desde entonces, una manera de vivir, la puesta en juego de un modo de cantar, y es además la apuesta por la continuidad de esa entidad tan extraña y a la vez tan cotidiana como es el poema. El último texto de Hoy (2013) dice: “¿Y si la poesía fuera un olvido del perro que te mordió la sangre / una delicia falsa / una fuga en mí mayor / un invento de lo que nunca se podrá decir?”.

De uno a otro poema se ha trazado un mundo, un océano de ritmos, golpes secos, profundidades abisales, aguas gélidas, olas apocalípticas y mareas que alguna vez descansaron en quietas playas. Más de treinta poemarios a lo largo de casi sesenta años de escritura permitieron percibir las variaciones rítmicas y temáticas de una poesía que supo y pudo dar cuenta de un tiempo convulsionado. Paralelamente a la escritura de esta grandiosa obra poética, y profundamente entramada con ella, la vida de Juan Gelman pasó por el estudio, el trabajo, la lucha gremial, el periodismo, la militancia en Montoneros, la pérdida de su hijo y su nuera y de muchos amigos por la dictadura argentina, el exilio, la lucha por la recuperación de su nieta; trazando también la travesía de una generación arrasada. Contra lo que decía Adorno, Juan Gelman pudo demostrar que aún con Auschwitz, La Perla y los vuelos de la muerte, la poesía es posible porque “El pensamiento hace una flor que entretiene a la muerte”.

Esa poesía que ha visitado innúmeras formas poéticas, desde los sonetos a los romances, los aforismos y el verso libre, interrogándolas, desafiándolas; esa poesía que desdobla el mundo, lo pliega y despliega, lo desmenuza con sus interrogantes; esa poesía que se desliza con la misma seguridad por los místicos, los clásicos, los vanguardistas, los filósofos y las teologías diversas, se nos aparece ahora como una convocatoria; es el legado de un poeta que buscó en el lenguaje las resonancias más lejanas para traerlas a este mundo y desafiar sus crueldades.

La lengua se convirtió así en un campo de batalla; fisurada, interrogada, reiterativa o ecoica funda una poética del asombro y de la crítica, de la esperanza y de la lucha. Desde Cólera Buey (1965), donde la lectura de Hamlet o de Edipo conjuga nuevos textos, el poema es un espacio de deslizamientos, superposiciones, un entredós que recorre el universo literario, poniendo en relación textos, que van y vienen en el tiempo, a través de citas, epígrafes, dedicatorias o alusiones que desafían el tiempo y el espacio, disponiendo en el poema voces, convenciones, ideologías, discusiones políticas, estéticas y filosóficas.

En Fábulas (1970-1971) recorre la historia latinoamericana, sus desnudeces y disparates, quebrando los relatos históricos; en Relaciones (1971-1973) la interrogación y la ironía son los procedimientos que le permiten cuestionar los relatos arraigados en una sociedad acomodaticia; en Hechos (1974-1978) se fortalece la discusión política e ideológica que irá luego creciendo en intensidad y dolor hasta Valer la pena (2001). En este poemario, el tópico de la ciudad gris, frecuente en la poesía de mediados del siglo XX, no sirve para oponer lo citadino a lo rural, sino que se orienta al espanto (“Los hechos hunden clavos fríos / en las certezas”). Cabe recordar que espanto no es sólo miedo, sino también la amenaza que lo infunde, el control y la delación que agitan la rutina ciudadana. Por su parte, la pena es el sentimiento que atormenta por incomprensible e inexplicable. La palabra poética asume la imposible sutura entre la vida y la muerte, entre el candor de la infancia del hijo que se recuerda y el crimen que produce la ausencia inaceptable.

Apariciones

de Guillermo Olguín

Guillermo Olguín (1969)


Mexicano, nació en el Distrito Federal. En Seattle, se formó en el Cornish College of the Arts y, después, en la Universidad de Bellas Artes de Hungría y en Toulouse. En pintura o dibujo, gráfica o fotografía intervenida, su obra se caracteriza por explorar los climas metafísicos del viaje, su mitología y sus ritos paganos. Enfrenta a los materiales con audacia: escultura en bronce, cerámica y textiles. Y el color se indaga a sí mismo en busca de poesía. Hasta la fecha, ha expuesto de manera individual y colectiva en México, Brasil, Argentina, Cuba, Paraguay, EUA, Italia, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Hungría, España, Portugal, Finlandia y Japón. Fruto de su labor, ilustró La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, entre otros. Su compromiso con los pueblos indígenas lo llevó, sin darse cuenta, al mundo del mezcal.



Valer la pena es también el poemario del país; mientras la ciudad se asocia a la pena, el país se orienta a la culpa; es el lugar de las pasiones que han cerrado la posibilidad de la vida pública y por lo tanto del ejercicio de la palabra. En el país se tensan las fuerzas que sojuzgan y agobian a las personas, y por ello se constituye en espacio de oprobio y vergüenza. La palabra aparece turbada por las grietas que abre ese cuerpo enfermo, ese espacio de pesadilla que es el país. En este sentido el país es culpable, es ese espacio oscuro depositario de la sinrazón. Esa pena, ya anunciada en el título, será el tópico de los poemarios posteriores, que aun cuando vuelven al amor, el erotismo y la retórica de otrora, están también sumergidos en la aceptación del mandato inapelable del tiempo.

La gramática, franqueada por la pesadumbre de las palabras, se torna particular, extraña, desconcertante y el lector duda hasta percibir el movimiento de la ola que la impulsa. Lo previsible, lo esperable, lo causal se diluye y se instala así el ritmo, lo excéntrico, una palabra desdoblada que expande el sentido en muchas direcciones. De esta manera se traza el perfil de una voz que refulge nítida en la poesía de habla hispana y que le ha valido recibir el Premio Cervantes.

Podemos decir, entonces, que la inmersión en la obra poética de Juan Gelman produce múltiples efectos que atañen a la pluralidad de los discursos, la diversidad de su temática, la cercanía con ese mundo que se despliega entre la memoria, el dolor, el desamparo y la constante interrogación frente a lo inexplicable. También es posible percibirla como una selva donde los sonidos más disímiles se entrecruzan, se superponen y se potencian. El ritmo poético es muy intenso y permite asociar tiempo, lugares, vicisitudes, palabras, preocupaciones, entramándolas y haciéndolas sonido en el poema.

Cabe precisar que las fragmentaciones y suspensiones no son una dis-cordancia, sino nuevas formas melódicas, lengua de nuevos tiempos que recupera sonidos diversos y distantes; sondeos de vicisitudes humanas; derroteros históricos, saturados de chirridos, gritos, balbuceos, llantos, carcajadas, que encuentran en cada poema acordes particulares.

Muchas veces me pregunto por qué el perfil militante, político, de Gelman atrae y genera adhesiones, mientras que su poesía, que es la militancia por lo humano, desconcierta y aleja. Daniel Freidemberg, en ocasión de la muerte del poeta, advertía lo poco conocida que es su poesía. Quizás podría suponerse que, en estos tiempos de la inmediatez y lo efímero, se produce un rechazo por la reflexión, o quizás el excesivo culto a la juventud y a la vida no deja paso a una poética que se plantea la certeza ineludible de la soledad y la muerte. Pero también es posible pensar que la poesía de Gelman está hecha con jirones de la lengua, esquirlas de palabras que fueron formando otras lenguas, múltiples, babélicas, difractadas para ver otras imágenes del mundo que muchas veces nos resistimos a mirar.

Raquel Guzmán (1956)


Argentina, nació en Tucumán. Profesora de la Universidad Nacional de Salta. Sus trabajos de crítica literaria constan en libros colectivos como Desembarcos en el papel, La literatura de Salta: espacios de reconocimiento y formas del olvido, Elogio de la poesía, Periodismo y literatura y La literatura del noroeste argentino. Es autora de Poesía y sociedad, sobre la lírica del NOA. Quiero volver a casa mereció, en Cordóba, el Premio Argos de Poesía. También ganó, en Salta, el Concurso Literario Provincial por su poemario Zócalo. Está trabajando en un libro sobre Juan Gelman.