Galeano nos dice que recordar significa volver a pasar por el corazón. Y estas inquisiciones en eso se empeñan. Con los viajes de un monje que inspiró a Cristóbal Colón, con la luz de vela que ha sido Simón Rodríguez para América, con las primeras crónicas rioplatenses sobre cine. También repasan momentos del último gran narrador de América Latina, que siempre escribió contra la felicidad perfecta de la desmemoria.

No.

ENTRADAS

Un atajo hacia el séptimo arte
En torno a Miss Dorothy Phillips, mi esposa de Horacio Quiroga


Gera Ferreira


En Jorge Walsh (1918), el primer artículo sobre cine publicado por Horacio Quiroga –al menos el primero del cual tenemos noticia–, el autor analiza una nueva forma de hacer arte y de valorarlo. A mediados de la década del 20, la enorme presencia de insumos e informaciones relacionadas con el cine evidencia la constante necesidad de seguir incorporando a la producción de bienes simbólicos un producto cultural cuya presencia despertaba o rechazo o aceptación entre los intelectuales. Algo de lo que el propio Quiroga era consciente. Más tarde, en 1922, lo dejó en claro: “Los intelectuales son gente que por lo común desprecian el cine. [...] Acaso el intelectual cultive furtivamente los solitarios cines de su barrio; pero no confesará jamás su debilidad por un espectáculo del que su cocinera gusta tanto como él, y el chico de la cocinera tanto como ambos juntos”.

Entonces una cosa era ver cine y otra muy diferente era intentar analizarlo. Quiroga inicia su producción crítica estableciendo el carácter artístico del cine. Sus antecesores, C. J. R., en la revista Fray Mocho, y León de Aldecoa, en Caras y Caretas, entre otros, publican sus artículos fundacionales expresando un interés vivo en la reflexión del cine como arte. El interés se va desdibujando y, paulatinamente, desapareciendo en el correr de los artículos, volviéndose una simple acumulación de argumentos de filmes, impresiones y anécdotas. A diferencia de ellos, Quiroga ofrece una mirada analítica del cine, que toma como sustento un entretejido teórico elaborado por él mismo. Se basa en sus conocimientos e inquietudes artísticas, que provenían directamente de su praxis narrativa y periodística. En este sentido, puede considerarse a Quiroga como un pionero dentro de la crítica de cine en la región. Ahora, si bien el cine había logrado desmarcarse más o menos con éxito del teatro –cautivando el interés popular–, fue tratado, a partir de 1918, de una forma un tanto esquizofrénica en cuanto al muestreo de sus contenidos en los medios. Para las revistas no sólo fue difícil establecer una jerarquía de contenidos al momento de presentarlos al público –fotogramas, retratos, artículos, ilustraciones, viñetas–, sino que también demoraron en implementar y ajustar una nomenclatura común y precisa para referirse al séptimo arte y sus peculiaridades. Por ejemplo, hasta 1930, tres años después de la llegada del cine sonoro, en Caras y Caretas se observan secciones cinematográficas bajo el nombre de “Teatro del silencio”. Es un dato llamativo. Tal vez la explicación radique en que se mantiene el nombre del recinto donde se proyectan las cintas, que antes era ocupado por las tablas. Sin embargo, ese atraso terminológico no se encuentra en otras revistas como Fray Mocho o Atlántida.

En 1925, en Caras y Caretas, el escritor Enrique Amorim apuntaría sobre los cines bonaerenses de aquel entonces que “Las puertas de los cines se asemejan a las bocas niqueladas de los aparatos de limpiar alfombras, absorben todo el aburrimiento de la calle, limpian el tedio de la ciudad [...]. Los boleteros parecen seres mitológicos, encerrados tras rejas de níquel, que se alimentan con la sangre de nuestros bolsillos. [...] Son los cines más serios, los del centro. Si alguien habla en alta voz, comunicándose con una persona que está un par de filas más adelante –como en los cines aristocráticos y los del arrabal– delata a gritos su condición de novicio o iniciado. [...] Los días domingo, en los cines de la calle de la Santa Fe (sic) hay una alegría de chocolatines, y la fantasía no pasa más allá del brillo de los papelitos de plomo”.

Quiroga, desde el comienzo, ve todo muy claramente: la novedad técnica no sólo lo ayuda a visualizar un campo fértil de experimentación vital –el gusto y la obsesión como espectador–, sino que logra capitalizar dichas experiencias en la escritura, engendrando un corpus híbrido de textos –en general de corte más teórico que narrativo. Busca dar cuenta del fenómeno del cine, de apropiárselo y valorarlo como cualquier otro producto artístico. A su vez, el conocimiento que Quiroga tenía de su propio público –gracias a muchos años de colaboración en cuanta página de revista o diario hubiese a la vuelta– le permitió ensayar diferentes estrategias para renovar su espacio valorado en un medio que, habiendo ganado cada centavo con sudor y sopesado cada palabra, conocía como nadie. Tan es así que en 1919 inaugura, en Caras y Caretas, la sección “Los estrenos cinematográficos”, con un estilo personal cuya mixtura textual se nutre de aspectos anecdóticos, técnicos y narrativos, generando un producto que le dejará muy buenas migas: 32 notas en siete meses. Vale la pena mencionar que en los años siguientes las páginas de prensa –en especial las revistas– se convertirán en un espacio de debate –estético, político, social y moral en relación al cinematógrafo–, al tiempo que convivirán con los espacios dedicados a la industria cinematográfica, a la publicidad y al negocio que, basado en el entretenimiento de las masas, prosperaba. El que también prosperaba, entre 1919 y 1923, era Quiroga. Vivía en la calle Agüero, en un apartamento de tres piezas que quedaba a pocas cuadras del Grand Splendid, en la calle Santa Fe. Iba al cine todas las noches y Samuel Glusberg nos confirma que era su “compañero inseparable”. En cuanto a publicaciones de largo aliento, un año antes de “Miss Dorothy Phillips…” aparece “Un peón”, publicado en La Novela Semanal; también reúne en libro los Cuentos de la selva (1918) y da a conocer El salvaje (1920). Posteriormente vendrá Anaconda (1921), donde se recoge como cuento final “Miss Dorothy Phillips…”.

Sin título

de Noémie Boullier

Noémie Boullier (1980)


Francesa, nació en Aix-en-Provence. Cursó estudios en la École supérieure d’art d’Aix-en-Provence que no concluyó. Prefería pintar en su casa hasta quedarse dormida, con las manos llenas de pintura. Emigró a México a los veinte años. En Oaxaca, su vocación se volvió su profesión. Autodidacta, se perfeccionó haciendo grabados con Gerardo de la Barrera y litografía, poco después, con Per Anderson, en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. A Boullier le gusta contar que, cuando pinta y dibuja, surgen solitas las bestias humanas, sus manos, sus miradas. Que un ojo es casi siempre la primera cosa que aparece. Sus creaciones son austeras en el uso del color y testimonian un tratamiento minucioso de la sensualidad. Ha expuesto en México, España y Francia. Creció en el campo, entre cartones, tijeras, botes de pintura y colores.


¿Por qué es tan importante mencionar esta serie de aspectos contextuales antes de hablar de Miss Dorothy Phillips, mi esposa? En primer lugar, porque es un texto que se acopla perfectamente a la estrategia que mencionamos más arriba. Mejor dicho, Miss Dorothy Phillips… es un prototipo exitoso de esa estrategia, la hereda y en cierta forma la estabiliza, preparando el camino no tanto al narrador fantástico, sino al crítico de cine. Un título tan sugerente como el de este texto, y su temática –donde se juntaba el binomio novedad-popularidad–, favorecía sus condiciones de supervivencia. Quiroga, se quiera o no, era parte del mercado y, como lo hacía con varios de sus cuentos o artículos urbanos, tuvo que captar la atención del público lector, “entregarle aquello que, presumiblemente, deseaba consumir”, como advierte Pablo Rocca.

En segundo lugar, el texto es, por su forma discursiva, un híbrido de literatura y periodismo, y, por su estructura, un notable trabajo narrativo. Es que en esta historia germina la semilla que Quiroga sembrara en “Aquella noche…”, la crónica de cine publicada en El Hogar en 1918, cinco meses antes que Miss Dorothy Phillips… Aún más, en su primera nota sobre cine –“Jorge Walsh”– prefigura la puerta de entrada de Miss Dorothy Phillips…, cuando al referirse a los ojos de las mujeres, y en especial a los de las estrellas de cine, escribe: “Las estrellas de bellos ojos y muy dueñas de sí, son un simple encanto cuando miran con naturalidad. Tales la Cooper, la Vernon, la Malone. Desde el momento en que el director de escena descubrió esto, no hay modo de ver actuar a la estrella sino embobada ante el objetivo. [...] algo nos queda siempre en una mujer de lindos ojos”.

En Aquella noche… el germen se encuentra en las siguientes líneas: “Quien esto escribe no es una criatura; pero puede jurar con la mano en el corazón que muchos hombres como él han abandonado el cinematógrafo pensando en cosas que poco tienen que ver con la seriedad de la vida. No es el menor de sus sueños sentirse actor de cine junto con determinada actriz, en el momento capital de las cintas de amor, cuando los protagonistas quedan solos en la pantalla, con el final que todos conocen”. Y en “¡Bello sueño! Y mientras nuestro hombre camina silbando despacio, siente que su alma está en blanco como la pantalla, mientras en una esquina de ésta van surgiendo en miniatura las caras que él conoce demasiado bien porque no es esa la única noche que ha salido silbando despacio; la Vernon, la Phillips, la Billie Burke, la Clifford… Todas norteamericanas, como se ve. Su vida también está en blanco. Y sueña así: ¿Qué cosa más fácil que hacerse enviar a Norte América por un diario, con el fin exclusivo de reportear a las estrellas de cine? Por poco que se sepa escribir, el interés actual por el cinematógrafo es tal, que el éxito de aquellas crónicas está descontado”.

Al comienzo del cuento Miss Dorothy Phillips… el narrador y protagonista, Guillermo Grant, que dice pertenecer al “grupo de los pobres diablos que salen noche a noche del cinematógrafo enamorados de una estrella”, habla de dos matrimonios pasados y fallidos, que ya desde Aquella noche… conocemos. Aquí el primero: “Se va, pues, y busca a la Vernon, cuyos ojos son sin par en el mundo desde que éste existe. Obtiene sus confidencias, se enamora mucho, logra hacerse querer un poco. ¡Los ojos de la Vernon! Por muchísimo menos puede uno volverse idiota y por menos aún muchos se han casado. ¿Casado con la Vernon?”.

Y el segundo, con Billie Burke: “Y un tiempo después el amor –infinitamente más antojadizo que una estrella de cine– hace perder pie a la serenidad de la pequeña rubia, y una mañana nuestro héroe, acodado a la borda del transatlántico que lo vuelve al Plata, no acaba de sorprenderse de sentir una cabeza rubia recostada a la suya –la de Miss Billie Burke, su esposa”.

Aquella noche… culmina aventurando un sueño en que aparece una especie de avance de la historia de Dorothy Phillips: “La pantalla de nuevo en blanco, torna a oscurecerse en una esquina con la miniatura de la Phillips. [...] La vida tiene ocho o diez horas diarias más serias que el sueño de un hombre que ya no es un chico. Pero una que otra vez volveremos aún a salir del cinematógrafo con toda nuestra vida en blanco, como la pantalla”.

El poderoso hilo ficcional-conductor que se patentiza en la tanda de notas sobre cine –que llegan a Caras y Caretas a fines de 1919–, se verifica en la firma, ya que el autor las adjudica a “El esposo de D. Ph.”. Guiño y llave de un modo de lectura: de tomar en cuenta la firma, en realidad sería Guillermo Grant el verdadero autor de las reseñas. Esto pone en discusión el estatuto ficcional de los aspectos menos técnicos de esas mismas notas. Dicho de otra manera, al acoplar las notas sobre cine al discurso –o voz– de un autor ficcional, Quiroga mantiene el juego fantástico en aquellos huecos textuales donde las reseñas se acercan más a un relato ficcional y se alejan del artículo crítico.

“Miss Dorothy Phillips…” fue publicado en La Novela del Día el 14 de febrero de 1919. Posteriormente Quiroga intentó buscar un eje de continuidad ficcional –espaciado en el tiempo– al incluir a Guillermo Grant como personaje vivo-espectral en El espectro (1921) o resucitándolo en El vampiro (1927). Estos tanteos confirman las intenciones del escritor de prolongar o de seguir aprovechando las vetas que le proporcionaba el proyecto “cine” en clave exclusivamente narrativa. Nada nos impide conjeturar que las tres historias hayan sido pensadas como una sola o como una que saldría por entregas, cosa que no pasó. Tal vez porque no se cumplieran las expectativas del autor para publicarlas antes –juntas– o bien porque sencillamente no cuadraran los tiempos de escritura con los tiempos de publicación.

Gera Ferreira (1981)


Uruguayo, nació en Montevideo. Periodista. Se licenció en Letras en la Universidad de la República. Es autor de dos poemarios: Imagina el desierto y La sensación es un lugar. Escribió en colaboración el número siete de los Cuadernos de Literatura, a cargo de la Biblioteca Nacional de Uruguay, titulado “Horacio Quiroga: contexto de un crítico cinematográfico. Diálogos con Caras y Caretas y Fray Mocho (1918-1931)”. Desde hace años ha publicado en diversos medios, como el periódico La diaria y las revistas Lento, Sotobosque y El Boulevard. Se declara amante de las series de televisión.