La isla que se mueve (o se movía)
Beatriz Gutiérrez Müller
Más o menos cinco siglos después de los hechos que aquí se van a contar, alguien recuperó en el libro titulado Navigatio Sancti Brendani Abbatis (Viaje de navegación del santo abad Brendán) una épica anécdota de viajes: Brendán (484-578) había recibido la visita de un ermitaño, Barindo, enviado por Dios para notificarle la ubicación de la terra repromissionis, la tierra de redención. En ese lugar vivirían los más piadosos y fieles cristianos; allí, estos elegidos convivirían en un paraíso, ofrecido por el Altísimo, sin contaminación o corrupción ninguna.
El obediente abad irlandés, según la Navigatio, se hizo acompañar de otros 17 monjes –en algunas versiones, 14– y muy temprano, un 22 de marzo de 516 –en realidad, fecha incierta–, a bordo de una curragh –lancha de cuero de buey engrasado, típica de su país y de su tiempo–, zarpó en pos de aquel escondido paraíso terrenal en medio del Atlántico. Era una proeza naval, a no dudar.
Los tripulantes, siempre de acuerdo a aquel testimonio, hallaron diversas islas; la primera de ellas fue llamada De las delicias, porque allí tuvieron una frugal cena. Luego de semanas de navegación, Brendán y sus frailes incursionaron en una tierra con casas, pero sin pobladores, a la cual denominaron De las ovejas, y así hasta llegar a otra donde sintieron un tremendo frío. Aterida, la tripulación de 18 monjes-remeros hubo de encender una fogata para calentarse… Ocurrió lo impensado: ¡la Isla desnuda comenzó a moverse! El susto fue inmenso, quiero suponer, de modo que el capitán Brendán ordenó a todos salir disparados hacia la curragh.
¿Qué vieron desde la pequeña barcaza? Habían tocado ballena, no tierra: la inmensa mole donde ardían llamas de calor había molestado a la gigantesca Jasconius, que, con un respingo, los expulsó de su lomo. Los 18 viajeros, atónitos, recalaron en otra, inhabitada, que nominaron Isla de los pájaros. Y luego de tres meses se toparon con otra más, la Isla de los santos, gracias a la guía que ofreció a los cristianos un gigante pagano de nombre Milduth, que vivía en medio del mar atormentado, desde su muerte hacía mil años, por los crímenes que había cometido. Milduth pidió que lo bautizaran y, una vez consumado el sacramento, condujo a los monjes hacia la siguiente parada: pero esta Isla de los santos se encontraba habitada por unos monjes cenobitas que realizaban voto de silencio, así que no obtuvieron información de ellos. Prosiguieron hasta arribar o, mejor dicho, hasta acercarse a una isla más, descrita por el autor de
Navigatio como El paso del infierno: especies malignas de toda laya recibieron a los monjes escupiendo sin cesar enormes ráfagas de fuego. Los fieles emprendieron la retirada pero uno de ellos fue alcanzado por un monstruo y falleció allí mismo. San Brendán y los demás dilataron tres días en dar la vuelta a un enorme pilar de cristal, prueba inequívoca para ellos de que esas tierras del norte europeo escondían toda clase de secretos.
Su último
avizoramiento, antes del retorno a Irlanda, tras siete años de navegación, fue la suspirada Tierra de la promisión. El paraíso estaba ahí, lo sabían Brendán y sus monjes, pero resultaba imposible acceder a él: la isla se movía de un lado para otro, sin poder abordarla, capturarla.
Según la leyenda, san Brendán murió poco tiempo después del periplo en su abadía.
¿Qué hay de cierto? Todo, poco o nada. Expertos en la leyenda afirman que san Brendán sí existió y, en efecto, emprendió una expedición evangelizadora por el Atlántico. Hay quienes aseveran que habría sido él, abad de Clonfert, el primero en tocar tierras americanas; otros, que su viaje se limitó a circunnavegar por las actuales Islas Canarias o quizá por Groenlandia o Islandia. Pero san Brendán y su odisea cobraron tal fama que, incluso, entre las motivaciones que aupó Colón para emprender su viaje a las Indias Orientales se encontraba esta versión de las islas descubiertas por el irlandés, dice don Cristóbal, “de las que se refiere haber visto muchas maravillas” (véase la
Vida del almirante de Hernando Colón). Un original de este manuscrito (del año 900) está resguardado en la Biblioteca d’Alençon, en Francia.
Las biografías de san Brendán pulularon a partir del siglo XII, y prueba de ello es el manuscrito
Navigatio. Lo que no es de difícil comprobación es hallar, en cualquier santoral, que se le tiene como patrono de los marineros.
Nota: el
Navigatio Sancti Brendani Abbatis, o una de sus copias, se encuentra en la biblioteca de la Real Academia de la Historia, en Madrid. Es el códice número 10 y data del siglo XII o XIII. A propósito, un excelente estudio es “El manuscrito de la
Navigatio Sancti Brendani Abbatis en el códice número 10 de la Real Academia de la Historia” de María José Vázquez de Parga y Chueca, publicado en el número 15 de
Medievalismo, en 2005.