Jaime Avilés: retrato impreciso
Alfredo López Casanova
Para Juncia y Julio
Imagen primera
Como animal nocturno, una sombra se mueve entre los callejones de San Cristóbal de las Casas. Es de noche y se pierde entre las pálidas luces que proyectan los faroles. Hay mucha gente, hay mucho bullicio en esa pequeña ciudad del sureste mexicano, producto de los últimos acontecimientos. Una multitud de indígenas se ha levantado en armas. Una organización clandestina ha puesto de cabeza al gobierno y a toda la sociedad mexicana. Son los primeros meses de un año avasallante. Es 1994.
Meses después supe que esa sombra era Jaime Avilés, quien se había internado en la selva como uno de los primeros periodistas mexicanos que cubrían el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional –mucha gente, atraída por los acontecimientos, fue a prestar solidaridad y a apoyar los iniciales diálogos de paz. Sus textos aparecían en aquella época en
El Financiero, pero poco después se publicarían en
La Jornada.
Jaime se encaminó directo a trabar relación con la Comandancia General del EZLN. Allá en la comunidad de La Realidad lo vi jugar pelota con un niño llamado Clinton. Como él, otros fuimos a brindar apoyo a las comunidades. En mi caso, me hice presente en los Campamentos Civiles por la Paz, me sumé a la fundación del Frente Zapatista de Liberación Nacional y, tiempo después, como respuesta a la masacre de Acteal, creamos entre varias organizaciones la Asamblea Jalisciense por la Paz, desde la cual se trabajó en el área educativa en una comunidad llamada Dolores Hidalgo, en el municipio de San Manuel.
Imagen segunda
Jaime llegó a Guadalajara el 21 de marzo de 1999 para cubrir la Consulta Nacional por el Reconocimiento de los Derechos de los Pueblos Indios y por el fin de la Guerra de Exterminio. Me tocó trasladarlo a los distintos centros de consulta. Él tenía curiosidad por conocer la respuesta que daría una sociedad tan conservadora y mocha como la tapatía. Lo llevé a lugares distintos y diversos: de la elegante colonia Chapalita a la colonia Balcones del 4, un rumbo de pobres que surgió como producto de asentamientos irregulares en lo que antes era un ejido. De las casillas instaladas en el centro de Guadalajara nos pasamos a la colonia Rancho Nuevo y ya por la tarde fuimos a ver a la gente que se volcó en filas en la colonia Jardines Alcalde. Eran las cinco de la tarde del domingo y la participación no menguaba. La sorpresa fue grande al conocerse los resultados de la consulta: Jalisco fue la segunda entidad con mayor participación, sólo después de Chiapas. Estábamos contentos. Hicimos reflexiones y adelantamos hipótesis del impacto que tendría en el país; después se vio que nos equivocamos. De allí fuimos a ver la última corrida de toros al Nuevo Progreso, a comer birria y tomar cerveza. No supe después cómo le hizo Jaime pero su crónica salió publicada al día siguiente en
La Jornada.
Imagen tercera
Es agosto y es 2006. El país está de nuevo puesto de cabeza, pero ahora por un descomunal y grotesco fraude electoral.
He llegado a la ciudad-monstruo en días turbulentos, dizque a estudiar una maestría en la Academia de San Carlos. Por esos días el Zócalo está a reventar de campesinos pobres, obreros y colonos. De mujeres y hombres dispuestos a todo. Hay un ambiente enrarecido y muy parecido a los días posteriores al fraude de 1988, el de Salinas de Gortari. La gente quiere llegar hasta donde tope, hay mucha efervescencia. Hablan. Muchos opinan que hay condiciones para un levantamiento popular al estilo de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca. Pero también hay miedo. Se tiene muy presente la reciente brutalidad de la policía de Peña Nieto en Atenco. Hay caos y polarización en el país.
Veo de lejos a Jaime Avilés en el templete, haciendo anotaciones en un cuaderno. Está junto a Jesusa Rodríguez, que grita y anima a la gente.
Jaime ha roto con el EZLN. Hace tiempo que se ha distanciado del subcomandante Marcos y ha tomado partido por Andrés Manuel López Obrador, desde antes del intento de desafuero. La resistencia contra el fraude decide instalar un larguísimo campamento del Zócalo a la Fuente de Petróleos, y Jaime va de un lado a otro haciendo crónicas que terminará de redactar, muchas veces, en el cíber de un café de la calle Madero. Su columna –antes
El tonto del pueblo– ahora se llama
Desfiladero y es un termómetro del momento. Una visión de lo que sucede y una de las columnas más leídas y discutidas todos los sábados en el plantón de Reforma.
©Pedro Valtierra/Cuartoscuro.com.
Imagen cuarta
El 28 de marzo de 2011 aparecieron asesinadas, en Morelos, María del Socorro Estrada y seis personas más, entre ellas el hijo de Javier Sicilia, un poeta querido en la comunidad cultural, columnista de la revista
Proceso y del suplemento cultural de
La Jornada. Este crimen es uno más de los miles y miles que suceden a diario, desde que Felipe Calderón se impuso de manera ilegítima y quiso fortalecerse a balazos, dejando a México sumido en la peor de las pesadillas.
Por ahí de abril, un grupo de artistas convocó, de manera pública, a reunirse para reflexionar sobre lo que sucedía en el país y realizar distintas acciones para visibilizar la violencia. Proponía como iniciativa teñir las fuentes de la ciudad con color rojo. A esa reunión también llegó Jaime. Allí nos volvimos a encontrar y nos vimos, a partir de entonces, con más frecuencia. Participamos en varias acciones, y una que él recordaría con agrado fue la proeza de teñir la fuente de la Diana Cazadora. No nos importó que el acto durara apenas 40 minutos, pues las autoridades apagaron la fuente cuando se tomó la foto documental.
Por esas mismas fechas, Jaime traía entre manos la puesta en escena de una pieza de teatro llamada
Violetita, una obra de cabaret en la que denunciaba la violencia contra las migrantes centroamericanas en su paso por México. Nos invitó una cena en su casa para presentarnos el libreto, y nos puso sobre la mesa una gran cazuela de chayotes cocidos. “¡Pero, Jaime, a un periodista como usted le gusta el chayote!”, exclamó de manera irónica una compañera. A Jaime Avilés, periodista incorruptible, le gustaba el chayote cocido, acompañado de queso y otros aderezos.
La obra sufrió cambios constantes, con mucha rotación de actores y actrices, pero se presentó en distintos estados y su última puesta en escena tuvo lugar en un bar de la Condesa. Fue la última obra de Jaime y su última actuación en los escenarios. En ese tiempo, casi cada semana o cada quince días nos veíamos en el Covadonga, con amigos cercanos.
Jaime, Osama y el diablo en casa de Pedro Cote
La relación no iba bien con
La Jornada y él empezó a incursionar en el mundo de las redes sociales como fenómeno alternativo de comunicación. Intuía –como lo vemos ahora– que los periódicos digitales desplazarían a los medios impresos. Imaginaba el mundo del Twitter como una gran aldea llena de jaulas con canarios que interactuaban entre sí, creando un gran ruido, generando información y polémica. Fue cuando se le ocurrió
El Canario Temerario, una página web, vinculada al Twitter, en la que se subiría y bajaría información del gran ruido cibernético, causando polémica en los temas sociales y políticos del momento. Para eso contrató a una diseñadora de su página y su Facebook, pero el experimento jamás funcionó, en parte porque no quedaba claro su planteamiento.
Finalmente Jaime salió de
La Jornada. El periódico perdió a uno de los mejores cronistas del país y sus lectores perdieron la que, por muchos años, fue una de las mejores columnas de los sábados. Aunque reflexionaba sobre los medios virtuales y las redes sociales, Jaime extrañaba ver su columna en papel impreso. Como sabía que un gran sector de la gente de la tercera edad había sido rebasado por la tecnología, revivió, durante algún tiempo, “El Canario Temerario” en
El Financiero y, poco después, recuperó la columna
Desfiladero para un periódico virtual de poca circulación.
Un fin de semana nos fuimos invitados a Temacapulín, Jalisco, para conocer en detalle el conflicto de la presa que inundaría el pueblo y para ayudar a la comunidad en resistencia. Luego paramos en un pueblo de Nayarit, Santiago Ixcuintla, donde su presidente municipal nos narró, asustado y nervioso, que el narco lo tenía amenazado y le pidió a Jaime que escribiera algo para sentirse protegido, pero éste, apenado, le dijo que ya no tenía dónde escribir. Después, Jaime se trasladó a Tulum. Ahí pasaba largas temporadas leyendo y escribiendo.
Un sábado de finales de 2014, llegó al Covadonga con la idea de crear un periódico o revista digital que se llamaría
Polemón, y nos botamos de la risa. “Pero, ¿qué es eso, quién va a leer eso?”. Entusiasmado, Jaime explicó que se trataría de un medio para generar polémica; que la gente diría: “¡N’ombre, qué polemón ha generado
Polemón!”. Sería, muy a su estilo, un “semanario mensual que sale todos los días a veces”. La verdad es que no lo creímos viable. La noche siguió y jugamos dominó. Pero él continuó con el proyecto y pronto le empezó a dar forma.
En sus últimos años a Jaime le gustaba mucho ir a Guadalajara y fue allá donde encontró las condiciones y el equipo para echar a andar
Polemón, los periodistas Jorge Naredo y César Huerta. Tras largas y complejas sesiones, ornamentadas de whisky y cerveza, el proyecto empezó a caminar y el 21 de marzo de 2015 salieron las primeras notas. Hoy es un medio electrónico indispensable para seguir el acontecer político nacional. Y cuenta con más de 80 mil seguidores.
Última imagen
En años recientes, Jaime se había peleado o distanciado de medio mundo, pero la relación que mantenía con los poquísimos amigos que conservaba era clara y transparente. Conmigo tenía diferencias políticas pero las respetaba. La amistad por encima de todo. Le otorgaba un valor sin medias tintas. Estaba siempre dispuesto a dar la mano si alguien lo necesitaba. Su imagen de cerca no coincide con el personaje polémico que afilaba sus dardos rabiosos en plena madrugada y los aventaba por Twitter. Se podía estar o no de acuerdo con él en sus formas de batirse a duelo, pero le reconozco la valentía de hacerlo de frente, dando la cara, argumentando con artículos, crónicas y columnas su visión política sobre la situación del país. Se le quería y se le odiaba y, sin embargo, su mirada hace falta en estos graves momentos por los que atraviesa México. En los días del temblor del 19 de septiembre y también ahora se echan de menos sus crónicas y su peculiar forma de registrar los acontecimientos.
No tengo completo el retrato de Jaime Avilés: la imagen de un poliedro es el objeto más cercano de que dispongo para entender la condición humana, la suya, la de todos. Pero la biografía más nítida la escribió él mismo con sus libros y columnas, que es preciso leer para valorarlo en su justa dimensión. No hay que olvidarlo. Una buena forma es recordarlo en las duras luchas por encontrar la justicia tantas veces negada y que siempre esperó que llegaría. Y llegará. De eso no tengo dudas.