El mundo tiene cicatrices. Integran este informe voces que ilustran sobre la violencia, voces que se niegan a echarle sal a la memoria. Que no ven en el terror y la muerte fotos del álbum familiar. Que recogen en esa memoria las ganas de mundar, religión de los malditos. Es que hay palabras que esperan que alguien las tome, hurgando en todos los rincones, raspando las entrañas de las cosas, cara a cara. El mundo tiembla.
La política de control de armas en México es una de las más estrictas del mundo. En todo el país sólo es posible comprarlas de manera legal en una única tienda localizada en la Ciudad de México y administrada directamente por la Dirección de Comercialización de Armas y Municiones (DCAM) del Ejército. Además de vender armas para uso privado, la DCAM es la distribuidora única de armamento para el Ejército, la Marina, la Policía Federal y todas las policías estatales, municipales y privadas del país.
Las condiciones para que las personas puedan adquirir armamento son estrictas y están estipuladas en el artículo 26 de la Ley Federal de Armas y Control de Explosivos. Suponiendo que se consiga el permiso, su uso está bien regulado: las armas deben permanecer en el domicilio del comprador y su calibre nunca puede ser superior a los 9 milímetros.
En principio, el sistema mexicano es ideal para combatir la proliferación de armas en el país. En realidad, se trata de una política cuyos orígenes nacen del interés del régimen por evitar cualquier levantamiento armado. De ahí que históricamente, y a lo largo de todo el siglo XX –incluyendo la Revolución Mexicana–, las armas hayan tenido que ser importadas para luego ser utilizadas en las disputas que han tenido lugar en México: desde las escaramuzas posrevolucionarias hasta las insurrecciones guerrilleras de los años setenta y, por supuesto, el levantamiento zapatista de 1994. En todos los casos, exceptuando las veces en que los propios contendientes eran miembros del Ejército, las armas de fuego habían sido importadas ilegalmente a México: por tierra, desde los Estados Unidos o América Central, y por barco, desde Europa o la Unión Soviética.
Congolesa, nació en Buta, al norte del río Congo. Trotamundos de origen franco-húngaro. Estudió economía y ciencias políticas. Radicada en México desde 1983, donde trabajó para las Naciones Unidas. En 1999 empieza a dedicarse a la fotografía, sobre todo al retrato. En los rostros ella ve no sólo sus gestos, sino que también escucha sus historias. Así como la magdalena de Marcel Proust, ella piensa que hay que penetrar en el inconsciente, personal y social, para redimir la memoria. Ha expuesto en México, Eslovaquia, Hungría, Alemania y sobresale la X Bienal de La Habana de arte contemporáneo. Sus trabajos y sus días aparecen en libros, Fotografía contemporánea en Oaxaca, y revistas: Biodiversidad, sustento y culturas; Cuartoscuro; Black & White. También cultiva el documental: La diosa del maíz y Resistencia visual.
Las estimaciones más conservadoras calculan en 15 millones las armas ilegales que existen en México. La cifra es probablemente más alta; sin embargo hasta ahora, más allá de conjeturas, nadie conoce el número real. Lo que sí sabemos, a partir de análisis realizados a pistolas, revólveres y fusiles confiscados por autoridades mexicanas a lo largo de la última década, es que 70% de las armas que se distribuyen ilegalmente en México fueron compradas en los Estados Unidos. La mayor parte adquiridas en las más de ocho mil armerías que se localizan en el área limítrofe entre México y cuatro estados fronterizos: California, Texas, Nuevo México y Arizona.
El establecimiento de requisitos para la compra de armas en Estados Unidos es facultad de cada estado y no de la Federación. Así, por ejemplo, en Texas es posible comprar fusiles y revólveres de todo tipo con apenas una constancia que avale tener 18 años cumplidos y no haber pisado la cárcel. Incluso menores de edad pueden, bajo autorización de sus padres, comprar un arma para su uso personal. Tampoco hay obligación de registrar el arma ante alguna autoridad. Leyes similares en los otros estados fronterizos –y en general en todo Estados Unidos– han permitido a las armerías estadounidenses abastecer a las organizaciones de narcotraficantes a través de lo que se conoce como trasiego hormiga.
El modus operandi es casi siempre el mismo: la organización mexicana subcontrata a ciudadanos estadounidenses sin antecedentes penales –la proporción de mujeres es asombrosamente alta– para que compren las armas en los Estados Unidos. En la mayoría de los casos se trata de un arreglo que supone la compra de no más de cuatro o cinco, cuyo costo por unidad fluctúa entre 800 y dos mil dólares. Casi siempre, es ese mismo comprador o compradora quien en su propio automóvil transporta, en lotes muy pequeños, las armas a México y las entrega, a cambio de una suma que no supera los 300 dólares, a algún contacto intermedio al cruzar la frontera.
La transacción tiene bastantes posibilidades de ser exitosa pues toda la infraestructura de seguridad en la frontera está pensada para vigilar los bienes que son transportados del sur al norte y no del norte al sur. Solamente en escasas ocasiones –la cifra no pasa de 15%– las autoridades migratorias logran detener algún cargamento de armas que, escondido en algunos de los más de 88 millones de automóviles que cada año cruzan la frontera, sigue alimentando el conflicto en México.
No es posible determinar el número de armas que todos los días llega a México como consecuencia del trasiego hormiga. Sin embargo, algunos estudios nos ofrecen una idea de su extensión. Una investigación judicial pudo documentar cómo una pequeña organización de hermanos asentada en Houston, Texas, dirigió la compra de 339 armas de fuego a través de 23 compradoras y compradores en un periodo de solamente quince meses. De ese total, únicamente pudieron ser recuperadas 71. Sin embargo, entre el momento de la compra y su decomiso, se comprobó que tan solo esas armas habían sido utilizadas en 48 asesinatos, incluyendo el de 17 policías. Si ése puede ser el resultado de la acción de un pequeño grupo criminal, ¿cuál es la magnitud del comercio hormiga de armas cortas y medianas? Lo que sabemos puede ser apenas una pequeña sombra de un negocio que conviene a productores, distribuidores y vendedores de Estados Unidos. De ahí que nadie parezca tener interés en detenerlo.
La Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de los Estados Unidos (Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives, ATF) realizó un análisis a partir de 2921 armas de fuego recuperadas por alguna fuerza policiaca o militar en México entre 2007 y 2010. En cada caso se trataba de un arma utilizada para la perpetración de algún delito. Mediante un proceso de rastreo se logró identificar el lugar y fecha de compra de cada una de las armas. La tabla de Excel en la que se descargan los datos es impresionante. El contraste entre los puntos de venta –Brownsville, El Paso, San Diego y Freno– y de ejecución de gran parte de los crímenes –Ciudad Juárez, Matamoros, Tampico y Reynosa– lastima por lo evidente: mientras las primeras ciudades tienen las tasas de homicidios más bajas en Estados Unidos, las últimas son de las más violentas en toda América Latina.
Congolesa, nació en Buta, al norte del río Congo. Trotamundos de origen franco-húngaro. Estudió economía y ciencias políticas. Radicada en México desde 1983, donde trabajó para las Naciones Unidas. En 1999 empieza a dedicarse a la fotografía, sobre todo al retrato. En los rostros ella ve no sólo sus gestos, sino que también escucha sus historias. Así como la magdalena de Marcel Proust, ella piensa que hay que penetrar en el inconsciente, personal y social, para redimir la memoria. Ha expuesto en México, Eslovaquia, Hungría, Alemania y sobresale la X Bienal de La Habana de arte contemporáneo. Sus trabajos y sus días aparecen en libros, Fotografía contemporánea en Oaxaca, y revistas: Biodiversidad, sustento y culturas; Cuartoscuro; Black & White. También cultiva el documental: La diosa del maíz y Resistencia visual.
Las empresas europeas también participan de manera activa en la enorme oportunidad para hacer negocios que supone la actual crisis de violencia en México. Especialmente las alemanas. La empresa Heckler & Koch, una de las principales productoras de fusiles automáticos, vendió al Ejército mexicano, entre 2008 y 2010, más de diez mil fusiles G36, un arma capaz de disparar 750 veces por minuto. Por restricciones de la ley alemana, Heckler & Koch tenía que asegurar que sus armas no fueran a ser distribuidas en “regiones en conflicto”, como Guerrero, Jalisco, Chihuahua y Chiapas. Sin embargo, tras falsificar documentos oficiales, la empresa obtuvo permisos de exportación que permitieron la distribución de los G36 entre policías locales de esos cuatro estados. Lo que aconteció después ha sido relatado por quien esto escribe en artículos disponibles electrónicamente. Aquí sólo un resumen: muchos G36 terminaron en manos de redes de narcotraficantes y otros grupos. Por ejemplo, tras un ataque al Palacio Municipal de Tixtla, Guerrero, policías comunitarios se hicieron de varios fusiles G36 que continúan utilizando para sus tareas de vigilancia en la zona. Lo que es peor aún: policías tan corruptas como las de Iguala y Cocula, en Guerrero, utilizaron esas mismas armas durante la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa en septiembre de 2014.
Lejos de repensar su política de exportación a países como México, el gobierno alemán volvió a conceder a la empresa Dynamit Nobel Defence GmbH licencias para la venta de 1467 lanzacohetes bastante similares al que destruyó el helicóptero en Jalisco, en 2015. ¿Cuánto falta para que alguna de estas armas pase a manos de cualquier organización criminal?
Es de reconocer que la comunidad internacional ha dado pasos importantes para regular mejor el comercio legal de armas. Se han firmado convenios que exponen el respeto a los derechos humanos como condición sine qua non para la expedición de permisos de exportación. El más avanzado de estos acuerdos es el Tratado sobre el Comercio de Armas (Arms Trade Treaty), firmado y ratificado por 89 países, entre ellos México, pero no ratificado por Estados Unidos. Con leyes menos exigentes, su territorio se ha convertido en un paraíso para las empresas europeas que, huyendo de los controles de su continente, quieren acceder a mercados con mayor facilidad. Ello ha provocado que muchas de las más importantes de Europa –algunas de ellas alemanas– hayan comenzado a constituir subsidiarias en los Estados Unidos para librar los controles nacionales y regionales. Desde sus nuevas fábricas exportan directamente a otros países a través de contratos binacionales o bien distribuyen sus productos en las armerías estadounidenses que estarán contentas de participar en un ciclo más del trasiego hormiga a México.
Mexicano, nació en el Distrito Federal. Es doctor en Ciencias Políticas por la Freie Universität de Berlín. Actualmente se dedica en Alemania a la investigación sobre drogas y comercio de armas en América Latina. A partir de octubre será docente e investigador de la University of Oxford, en Gran Bretaña. Ha publicado en revistas como Kriminologisches Journal, CROLAR, Revista Colombiana de Sociología y Foro Internacional. En 2017 coeditó el libro Después de Ayotzinapa: Estado, crimen organizado y sociedad civil en México. Dirige el Observatorio de armamento europeo en México.