Hay dos democracias. Una, la de arriba, copia al carbón de la visión de los dueños de la democracia. Otra, la de abajo, de trabajadores y nadies buscando no ser oprimidos ni humillados por los demócratas de arriba. En este informe se baja al sótano de ambas: al poder. Desde luego, también se penetra su litúrgico vocabulario. Y más: cuando la risa se vuelve blasfemia y, ¿por qué no?, reparación. Es decir: hacernos cargo.
Con un enorme respeto a las víctimas y porque creo que, aunque se haya caído la estatua, la esperanza –con minúsculas– se mantiene en pie, apuntaré algunas breves reflexiones sobre la archicoreada “reconstrucción”. No voy a entrar en detalles sobre la Comisión para la Reconstrucción, Recuperación y Transformación de la Ciudad de México designada por el Jefe de Gobierno en la Gaceta oficial No. 163 bis, porque ese cúmulo de letras altas asemeja edificios a punto de caer. Me inquieta saber qué quieren volver a construir y recuperar y en qué piensan transformar la ciudad. Si la resiliencia se refiere a la capacidad material de recuperar el estado anterior al desastre, entonces no parece haber lugar para una transformación radical en la vida de una urbe que ignora las venas abiertas de su entraña rural. Ahora bien, una ráfaga de asociaciones se avecina al invocar el verbo “reconstruir”. Alguien objetará que no es momento de discutir simples palabras, que, como decía Perón, “mejor que decir es hacer”. Sin embargo, y sin necesidad de volvernos cabalistas, sabemos lo que pueden perpetrar las palabras.
Reconstruir un hecho. La policía reconstruye los hechos luego de un crimen, tratando de acomodarlos en la escena, como si pudiera rebobinar la cinta del tiempo. Para esto, busca las huellas que dejó el criminal. Igual nosotros podemos volvernos un poco detectives para indagar en las razones de la fragilidad de las construcciones derrumbadas y lograr una indemnización, aunque sea monetaria. (La palabra “indemnización” es un eufemismo: imposible salir indemnes –sin daño– de semejante situación.)
Reconstruir la propia historia. Después de una situación traumática, ¿qué buscamos reconstruir? La memoria de nuestra vida antes de ese revés. Los seres y espacios ausentes se siguen sintiendo durante largo tiempo, como cuando duele un miembro que el cuerpo no se resigna a haber perdido. Por la insistente presencia de las ausencias, el desasosiego se impone y la memoria camina lento.
Reconstrucción edilicia. El gobierno quiere apresurarse a reconstruir. Pero qué, cómo, con quién, para quién. No queremos una reconstrucción en el sentido de Irak y Afganistán, donde el causante de la destrucción se vuelca humanitariamente, a través de sus empresas privadas, a reconstruir. Se objetará que la destrucción de la ciudad no fue causada ni por una guerra ni por las empresas constructoras; desde luego que lo primero no, pero de lo segundo habrá que analizar cada caso. Por lo tanto, hay que oponerse a que los reconstructores lucren para endeudar a quienes perdieron su techo.
Es necesario plantearse en qué medida los daños se amplifican debido a la concentración de la población en las urbes, cuestionar las viviendas babélicas y volver a discutir la mercantilización de la tierra. En este sentido, re-construir no sería de ninguna manera reproducir, fortalecidas, las viviendas que teníamos, sino construir una vida que no teníamos –y ahora con nuestros ausentes. Sólo en este sentido digo sí a la reconstrucción. Pensemos cómo nos merecemos vivir. ¿Acaso es deseable el hacinamiento voluntario en rígidos edificios?
Justamente para buscar un término que com-prometa –en las antípodas de la pretendida neutralidad de las palabras–, propongo un verbo cuya potencia teológico-política puede abrir una grieta en nuestra estrecha cosmovisión para vislumbrar algo de esperanza. Se trata del verbo “reparar”.
Francesa, nació en Aix-en-Provence. Cursó estudios en la École supérieure d’art d’Aix-en-Provence que no concluyó. Prefería pintar en su casa hasta quedarse dormida, con las manos llenas de pintura. Emigró a México a los veinte años. En Oaxaca, su vocación se volvió su profesión. Autodidacta, se perfeccionó haciendo grabados con Gerardo de la Barrera y litografía, poco después, con Per Anderson, en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. A Boullier le gusta contar que, cuando pinta y dibuja, surgen solitas las bestias humanas, sus manos, sus miradas. Que un ojo es casi siempre la primera cosa que aparece. Sus creaciones son austeras en el uso del color y testimonian un tratamiento minucioso de la sensualidad. Ha expuesto en México, España y Francia. Creció en el campo, entre cartones, tijeras, botes de pintura y colores.
Argentina, nació en Rosario. Doctora en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Obras: La Biblia y el drone y La huella en el palimpsesto. Ha traducido del hebreo a Martin Buber y del francés a Levinas, Hélène Cixous y Enzo Traverso. Coordinó la versión de El discurso del indio de Mahmud Darwish del árabe al español y luego del español al mazateco, chinanteco, mixe, zapoteco del Istmo y maya yucateco. Integrante del Laboratoire d’études et de recherches sur les logiques contemporaines de la philosophie de la Universidad de París 8. Su perro se llama Mendieta, como el de Inodoro Pereyra.