Hay dos democracias. Una, la de arriba, copia al carbón de la visión de los dueños de la democracia. Otra, la de abajo, de trabajadores y nadies buscando no ser oprimidos ni humillados por los demócratas de arriba. En este informe se baja al sótano de ambas: al poder. Desde luego, también se penetra su litúrgico vocabulario. Y más: cuando la risa se vuelve blasfemia y, ¿por qué no?, reparación. Es decir: hacernos cargo.
Es también muy conocido que Laclau y Mouffe, aunque rescatan la hegemonía, la asumen desde una perspectiva posmarxista que los lleva a criticar lo que ellos ven como una limitación en la concepción gramsciana: un supuesto reduccionismo de clase. Según estos autores, Gramsci tenía razón en sostener que todas las fuerzas políticas efectivas tenían que ser hegemónicas; o sea, lograr construir voluntades colectivas a partir de la articulación de intereses en una misma cadena de equivalencia contraria a otra fuerza u orden dominante. Pero, insistían los autores, en Gramsci las fuerzas hegemónicas tenían que necesariamente ser lideradas por clases sociales.
Sin embargo no es esta crítica en lo que me quiero enfocar en el presente texto. De hecho, creo que demasiada tinta, y mucha de ella innecesaria, ha sido derramada criticando la interpretación y rescate que hacen estos autores de Gramsci, y queriendo hacer valer los quilates propiamente marxistas dentro de los de la rica obra del italiano. Más bien, quisiera insistir en el hecho de que el típico rescate de Gramsci para el proyecto de democracia radical –incluyendo a Laclau y Mouffe– toma por sentado un esquema de democracia representativa, que es producto de la unión, durante el siglo XIX, de las tradiciones políticas de la democracia y el liberalismo. Y aunque no hay duda de que el proyecto político con el cual simpatizo busca, en efecto, radicalizar nuestras democracias realmente existentes hacia la izquierda –a mayor igualdad, mayor posibilidad de poder compartido–, me parece que en ese rescate deberían buscarse también las formas de democracia participativa para la construcción de una sociedad nueva. Éste es un elemento que, si bien tiene mayor presencia en la obra de Gramsci durante su militancia en el Bienio rojo (1919-1920), en Turín, guarda algo de continuidad en sus planteamientos posteriores en los Cuadernos de la cárcel, cuando habla de que la meta del comunismo es la “sociedad regulada”, la sociedad política absorbida por la sociedad civil.
En ese Bienio rojo, en las luchas proletarias en el norte de Italia, Gramsci participó en acciones organizativas e intervenciones periodísticas y educativas –particularmente a través del periódico L’Ordine Nuovo. En el contexto de las luchas de los obreros metalúrgicos, el grupo socialista de Gramsci promovió la formación de consejos obreros en las fábricas como medios para su apropiación; de hecho, esta propuesta fue adoptada en su momento por la rama turinesa de la Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos y por la sección local del Partido Socialista Italiano. Con los consejos se buscaba convertir las ya existentes comisiones internas en aparatos de completa apropiación y dirección de las fábricas. Para Gramsci no se trataba de un asunto de mera autogestión económica y productiva, pues el movimiento consejista también podía ser parte de la base potencial para un Estado socialista futuro, a través de la “articulación de los diversos Consejos de Fábrica en un Consejo Ejecutivo Central, al cual deberán sumarse los consejos de los campesinos”, como advierte Carlos Nelson Coutinho en Introducción a Gramsci. El mismo Gramsci dirá por ese tiempo que “el Estado socialista ya existe potencialmente en las instituciones de la vida social características de la clase obrera explotada”. El Estado socialista alternativo al que se refiere debía consistir en la juntura de consejos obreros, campesinos, barriales, con diversos niveles y espacios de toma de decisiones en la gestión de la vida pública entera. Vemos en esos años a un Gramsci obrerista y autogestionario, con despuntes libertarios, que plantea un orden social futuro en el que la democracia habrá de ser mucho más participativa en sus distintos niveles. También consideraba el trabajo político colaborativo no sólo con militantes socialistas, sino con anarquistas y liberales más a la izquierda, como Piero Gobetti.
Francesa, nació en Aix-en-Provence. Cursó estudios en la École supérieure d’art d’Aix-en-Provence que no concluyó. Prefería pintar en su casa hasta quedarse dormida, con las manos llenas de pintura. Emigró a México a los veinte años. En Oaxaca, su vocación se volvió su profesión. Autodidacta, se perfeccionó haciendo grabados con Gerardo de la Barrera y litografía, poco después, con Per Anderson, en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. A Boullier le gusta contar que, cuando pinta y dibuja, surgen solitas las bestias humanas, sus manos, sus miradas. Que un ojo es casi siempre la primera cosa que aparece. Sus creaciones son austeras en el uso del color y testimonian un tratamiento minucioso de la sensualidad. Ha expuesto en México, España y Francia. Creció en el campo, entre cartones, tijeras, botes de pintura y colores.
Puertorriqueño, nació en San Juan. Es doctor en Ciencias Políticas por la University of Massachusetts at Amherst y dicta cátedra en la Universidad del Este. Ahí mismo, dirige la Biblioteca y Centro de Investigación Social Jesús T. Piñero y edita la revista Ámbitos de encuentros. Su bibliografía: Dirigentes y dirigidos: para leer los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, Ese idiota llamado Sócrates: teoría política, crítica, democracia y Brevísimo vocabulario popular de teoría política. Ha publicado sus traducciones de Gramsci en el semanario Claridad. Dice que es trekker de corazón.