Septiembre conmovió al país. La pobreza, obligada a la autoconstrucción en la orilla de las ciudades, y la impunidad, materia prima de la corrupción, saltaron al escenario. Y también la gente desachicada. brinda una revisión de la organización popular tras los sismos de 1985 y 2017. Las de este número son voces contra el olvido; invitan a la batalla, remendando la memoria, cantando el encuentro con el otro.
La Condesa fue un antiguo arenal. Desde la época colonial, ahí se había fincado una hacienda que en su nombre llevaba su orografía: Santa Catarina del Arenal. En 1704, según la leyenda, fue adquirida por la tercera generación de los condes de Miravalle. La condesa no era otra que la hija de ambos, a quien bautizaron como María Magdalena Catarina Dávalos de Bracamontes y Orozco. ¿Y estos condes, qué? En 1690, heredaron un título nobiliario, otorgado por Carlos II, a los descendientes de una hija nada menos que de Moctezuma (Josep Zalez Zalez, La Condesa. Historia y leyenda). Una curiosidad, muy a propósito de estos tiempos: en 1934, el presidente Abelardo L. Rodríguez suspendió las pensiones que, otorgadas desde 1550, recibían sucesivas generaciones de condes de Miravalle.
Doscientos años transcurrieron en la vida condal de la hacienda hasta terminar en manos de la élite porfiriana: a principios del siglo XX, en 1902, comenzó su urbanización. La revista El mundo ilustrado presumía el modelo de inversión –y de conflicto de interés– del gobierno de Díaz y la iniciativa privada: quien ahí adquirió un lote de mil metros cuadrados en cinco pesos cada uno, además de recibir el terreno, se hizo acreedor a 50 acciones de 100 pesos cada una.
Tomado del Archivo Casasola, Fototeca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Ningún problema con la inversión privada, salvo que los “capitalistas” eran siempre los mismos funcionarios o los familiares del general. Hoy se le llama tráfico de influencias. Vamos a ver: en 1906, la Compañía Fraccionadora Colonia de la Condesa, SA, presentaba como presidente del Consejo de Administración a Fernando Pimentel y Fagoaga, también presidente del Ayuntamiento de México (1904-1911). ¿Y quiénes eran los consejeros propietarios? Varios nombres serán recordados por el lector: Porfirio Díaz hijo, Enrique Creel Cuilty –gobernador de Chihuahua–, Luis G. Tornel –dueño de la Compañía de Luz y Fuerza del Istmo de Tehuantepec, SA–, Guillermo de Landa y Escandón –exgobernador del Distrito Federal–, Pablo Macedo –uno de los fundadores del Banco Nacional de México–, Víctor M. Garcés –dueño de La ciudad de Londres, un almacén de confección para damas de la alta sociedad y, en 1909, propietario de El mundo ilustrado–, Pastor de Celis, José Luis Requena –de la Cámara Mexicana de Minería– y Alejandro M. Escandón –de la Compañía Minera de San Rafael de Chichíndaro y Anexas. La mayor parte de ellos integraba el influyente grupo conocido como Los Científicos.
Estos mismos nombres se repetían en otras corporaciones. Por ejemplo, los dueños de la Compañía Guayulera Nacional, SA, eran los hermanos Fernando y Jacinto Pimentel y Fagoaga, el hijo de Porfirio Díaz, Julio M. Limantour, Luis G. Tornel y otros. O la Compañía de Explotación y Fraccionamiento de Tupátaro, SA, cuyos accionistas eran Luis Barroso Arias –de la Compañía Industrial de Atlixco, SA– y Félix Díaz, ahijado del general (Eunice Ruiz Zamudio, en “La Revolución Mexicana y algunos de sus actores a través del Archivo Histórico de Notarías de la Ciudad de México”, Caleidoscopio revolucionario).
La Ciudad de México crecía. Es “innegable lo que México se ha hermoseado con las magníficas colonias que admiran los extranjeros que nos visitan”, se ufanaba un anónimo redactor en El mundo ilustrado (8 de julio de 1906), dirigido por Rafael Reyes Spíndola. ¡Cuántos negocios se cerraban en las viejas casonas de la Condesa! ¡Cuántos personajes importantes del país y el extranjero se paseaban por sus camellones! Para entonces, poseía amplias avenidas y jardines frondosos. Descollaba la rotonda de la Condesa de Miravalle, en las esquinas de Oaxaca y Durango, rodeada por un jardín y un pozo artesiano –el Pimentel–, cuyo caudal se elevaba para derramarse en una fuente majestuosa. Otro hontanar era el pozo Garcés en la avenida Jalisco: chorreaba 850 litros por minuto.
Tomado del Archivo Casasola, Fototeca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Fue tal el éxito de la nueva colonia que la vieja hacienda Santa Catarina del Arenal se fraccionó en más y más lotes. Y para ello nació la Compañía Nueva Colonia del Paseo, SA. Ya no será sorpresa conocer a los accionistas: Fernando Pimentel y Fagoaga, Joaquín Demetrio Casasús –expresidente del Congreso– y Víctor M. Garcés, entre otros.
Y continuó la urbanización. Casas y edificios sobre la arena y, peor aún, sobre los restos de lagunas de la antigua Tenochtitlan. Hasta que el 19 de septiembre de 1985 afloraron los males de origen en la planeación urbana. El dramático temblor resintió sus efectos justo en los antiguos dominios de la condesa: se colapsaron inmuebles en Chilpancingo 71, Atlixco 111 y 171, otro en la esquina de Nuevo León y Laredo y entre Parras y Nuevo León.
Heberto Castillo advirtió entonces que no se puede edificar ahí. El ingeniero afirmó poseer unos planos de la ciudad, de 1650, donde se apreciaban los lagos y los pantanos del Valle de México; “incluso se habla de la península de Chapultepec y la península de Iztapalapa, y en el mapa se observa que es un golfo en el que aparece el Cerro de la Estrella” (“El efecto de los sismos”, Ciencias, núm. 8).
Algo no se ha entendido todavía.
El 19 de septiembre de 2017, la naturaleza nos recordó que construir sobre la arena no es recomendable. Y también: que la codicia inmobiliaria es inmoral. Cayeron nuevos edificios en la Condesa y sus alrededores: Ámsterdam 25 y 107, Sonora 149, Medellín 176, en Medellín y San Luis Potosí y en Álvaro Obregón 286.
Pero los colonos de la antigua Santa Catarina del Arenal seguirán reclamándole sus pensiones al Abelardo L. Rodríguez en turno, en la forma de reparación de daños. Y los bajos fondos de las antiguas playas mesoamericanas seguirán tentando a la cruel avaricia, aunque se disfrace de sagaz y prototípica obra de ingeniería antisísmica.
Mexicana, nació en el Distrito Federal. Ensayista, poeta y narradora. Dos novelas: Larga vida al sol y Viejo siglo nuevo. Un poemario: Leyendas y cantos. En 2016 apareció su libro de ensayo Dos revolucionarios a la sombra de Madero; en 2017, Solón Argüello, una antología poética; en 2018, Rogelio Fernández Güell, una edición comentada de Episodios de la Revolución Mexicana y último volumen de la trilogía sobre los poetas centroamericanos Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell. En la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla es investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego. Su debilidad: Dostoievsky, Quevedo, Bernal Díaz del Castillo y Giordano Bruno.