Septiembre conmovió al país. La pobreza, obligada a la autoconstrucción en la orilla de las ciudades, y la impunidad, materia prima de la corrupción, saltaron al escenario. Y también la gente desachicada. brinda una revisión de la organización popular tras los sismos de 1985 y 2017. Las de este número son voces contra el olvido; invitan a la batalla, remendando la memoria, cantando el encuentro con el otro.

No.

ENTRADAS

Ecos del derrumbe
Desde el municipio de Asunción Ixtaltepec


Ricardo Vélez

No soy yo quien grita: es la tierra que ruge.
¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡El diablo ha enloquecido!


Attila József


Ruge la tierra. Desde el momento en que llegamos al Istmo, en Oaxaca, no ha parado de temblar. Calculan más de seis mil réplicas, entre 30 y 60 temblorcitos cada día. Los derrumbes y el miedo de quedarse bajo los escombros hacen que la gente prefiera dormir en las calles, debajo de lonas. La solidaridad llega a cuentagotas, muchas de las veces afectada por la corrupción; otras, en oleadas de breve duración.

La tierra se abre y separa en dos el camino hacia la reconstrucción. Por un lado, la intervención político-militar y, por otro, la organización social-comunitaria. ¿Se acatará, una vez más, con aletargada sumisión, la imposición del gobierno, ésa que fomenta el paternalismo, la dependencia y la corrupción?

El derrumbe que vivimos no sólo es de estructuras físicas y externas. La reconstrucción no consiste tan solo en levantar muros y techos. Se trata de enjugar lágrimas y escuchar sollozos. Y de volver a preguntar qué es lo que verdaderamente necesitamos reconstruir. Para las viejas patrias, tenemos que construir nuevas matrias. Bajo esta premisa nació una brigada de reconstrucción social independiente, que elaboró, con las comunidades afectadas, propuestas de restauración y aplicó técnicas y tecnología, respetando las prácticas tradicionales. Aprendiendo y compartiendo. Si para octubre de 2016 habíamos implementado un baño seco compostero en San Mateo del Mar –para nosotros el poblado con mayor necesidad–, al día de hoy se han construido e instalado más de 50. No obstante, la parafernalia mediática –la desinformación aun en la sobreinformación– enmascara y enturbia la esencia de los actos sociales. Una vez más la sociedad civil rebasó al gobierno y a las instituciones.

El Istmo parece zona de guerra y las respuestas oficiales han sido tan deficientes como absurdas. En cada cuadra, las máquinas demuelen casas sin importar su valor histórico ni arquitectónico. Hay tanta destrucción como presencia policiaca y militar. Lo que la Secretaría de la Defensa Nacional asume como un plan de protección civil es, en realidad, una suspensión de las garantías constitucionales y la supeditación de las autoridades civiles a las militares.

Ixtaltepec

por Pedro C. Cortés

Pedro C. Cortés (1991)


Mexicano, nació en el Distrito Federal. Fotógrafo y narrador. Estudió Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Ha publicado sus trabajos en la revista Warp y en la Revista Vicio, así como en diversos periódicos del país. Es profesor de creación literaria y ha dictado cursillos en la Biblioteca Vasconcelos. Como fotógrafo, ha desplegado su acción particularmente en el paisajismo, el retrato y el fotorreportaje. Le gusta autodefinirse como cronista a ratos, fisgón de tiempo completo. Entre las influencias que reconoce están las de Stanley Kubrick, Juan Rulfo y Kevin Johansen. A menudo, manifiesta que ama el cubo Rubik.


Hay un patrón


A Ixtaltepec lo divide el río Los perros. De un lado, se encuentra lo que fue el asentamiento prehispánico. Ahí las casas eran construidas con una técnica conocida como bahareque: su esqueleto de madera, el peso del techo –comúnmente de palma– apuntalado con horcones y los muros edificados con un enramado de varas para contener el relleno de barro, paja o piedra. Este sistema constructivo se caracteriza por ser muy liviano y flexible. No se trataba de una cuestión alternativa ni ecológica –aunque también lo sea–, simplemente se construía con estos materiales porque no existía ningún otro. Todo era local, natural. Ahora el paisaje se encuentra inundado de blocks, varillas, cemento y otros productos industrializados.

Del otro lado del río se halla el asentamiento colonial y, por supuesto, la plaza principal, el palacio municipal y la iglesia. Cuentan que por ahí pasaba el río y que lo han ido desplazando, pero en la temporada de lluvias se rebalsa e inunda todo. En esa parte de Ixtaltepec fue donde el sismo impactó con mayor fuerza, donde más casas se colapsaron. La arquitectura se compone de casas de tabique o adobe, techos con vigas, morillos y tejas. El peso del techo es sostenido por muros forzosamente gruesos –de 40 a 60 cm– y altos –de 3 a 5 m. Este tipo de construcción vuelve las casas pesadas y rígidas, sin contar que están plantadas sobre un suelo limoso.

Un principio básico de la construcción natural es conocer el entorno y adaptarse a él, no adaptar el entorno a la construcción. Para que una técnica constructiva sea ecológica y sustentable no basta con que el material sea natural. Es necesario que sea bio-regional. La naturaleza brinda lo necesario para construir: en las zonas montañosas y frías, las casas de madera son un excelente recurso; en la playa, las casas de palma. El adobe es una buena opción en zonas como el Bajío, donde comúnmente los suelos son más rocosos o tienen mucho tepetate compactado y, por eso, pueden sostener estructuras pesadas y rígidas.

El dolo y la ignorancia destaparon una campaña de desprestigio contra el adobe, propiciada por un comunicado del presidente Enrique Peña Nieto. En Ixtaltepec, el mayor colapso de casas se dio en una colonia a la que llaman la Cuarta, en uno de los cinturones de miseria del asentamiento colonial. Ahí no hay casas de adobe, sino de block y cemento.

Las consecuencias del terremoto se agravaron, en buena medida, por la forma desmesurada en que se ha estandarizado en el país este tipo de construcción. Se ha impuesto una sola técnica sin considerar si se edifica en playa, desierto o montaña. Y lo peor: para reconstruir, la “solución” del gobierno ha consistido en volver a entregar blocks, varillas y cemento.

Para colmo, los escombros del derrumbe han ido a parar al río Los perros. Esta tragedia ambiental fue consecuencia de una decisión que tomó el presidente municipal Óscar Toral Ríos, a quien más de uno de los pobladores acusa de utilizar su empresa Constructoral en los trabajos de demolición y remoción de escombros.

¿Y ahora qué sigue?


Lo verdaderamente urgente de reconstruir es la comunidad. Hace falta incentivar y detonar propuestas sociales comunitarias. Toda intervención tiene que ser colaborativa, participativa, receptiva. Primero observar, luego interactuar –como plantea uno de los principios de la permacultura–; escuchar y respirar antes de hablar y proponer. El verdadero desafío es el de la desorganización.

Una inmensa oleada de proyectos y propuestas apuntan hacia los mismos errores del pasado. Urge replantear el propósito de la reconstrucción en México, dejar atrás el paternalismo y la ayuda asistencialista, y sustituirlos por una solidaridad comunitaria. Hay que recuperar también la armonía con la naturaleza. Regenerar la tierra.

La mejor reconstrucción que se puede hacer es la social, que empieza por reconocer la capacidad humana de amar. De nada sirve una sociedad orgánicamente jodida o jodidamente orgánica. Así que toca dar un gran giro.

Ricardo Vélez (1984)


Mexicano, nació en el Distrito Federal. Permacultor. Es autor del libro Creando dinero comunitario: el küni y el nuevo dinero ecológico glocal. En 2008 empezó a formar parte de Ruta Ahimsa. Se cuenta entre los pioneros de Transición Querétaro, una red que consiguió la circulación de una moneda comunitaria local y la formación de un colectivo de abasto de productos orgánicos. Desde hace años se dedica al diseño de granjas agroecológicas y a la construcción natural. Actualmente trabaja en temas y experiencias relacionadas con el dinero comunitario. Suele bailar con huaraches de llanta.