Aprender de las comunidades
Estas voces provienen de la mesa redonda que, en el Abierto Mexicano de Diseño, organizó el colectivo El centro del espacio. Tres de ellas son representantes de organizaciones que participan en la reconstrucción de comunidades damnificadas: Cooperación Comunitaria, Comunal y Pie de Casa. Sus testimonios fueron recogidos por
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Isadora Hastings. –En los procesos de reconstrucción, después de los sismos de 2017, hay organizaciones, grupos interdisciplinarios, académicos, muchos arquitectos, pero están metidos casi todos en las mismas comunidades y muchas otras están desatendidas. Lo que vemos en lugares como Hueyapan, Tetela del Volcán, Juchitán o Ixcatepec es que hay una excesiva participación de organizaciones y arquitectos, intentando hacer cosas sin mucha metodología. Es un riesgo, por ejemplo, cuando llegan arquitectos a proponer modelos temporales de vivienda que no se adaptan a la cultura del sitio, que no usan materiales locales. El problema es que la vivienda temporal se termina convirtiendo en vivienda permanente. La reconstrucción es una reacción a una emergencia, pero el problema viene desde mucho antes. La gente ha vivido en la ruina durante décadas.
Para explicar nuestra posición, voy a platicar un poco de la experiencia de Cooperación Comunitaria, de lo que hemos hecho, que nos permite tener una visión un poco distinta. Ojalá sirva para inspirar otras experiencias planificadas. Cooperación Comunitaria inició su trabajo en La Montaña de Guerrero, después de los huracanes Ingrid y Manuel, en 2013. Empezamos haciendo un análisis de riesgos porque había deslaves que amenazaban a varias comunidades. Al mismo tiempo, analizamos la vivienda local para proponer adecuaciones que respondieran a las condiciones climáticas, biológicas y culturales de la zona.
Después de cuatro años, seguimos trabajando en Guerrero en un proceso de reconstrucción y las poblaciones siguen en estado de emergencia y de alta vulnerabilidad. El municipio del sur del estado donde estamos es Malinaltepec. Ahí vive 85% de la población indígena de Guerrero. Es una de las zonas más pobres del país.
Nosotros creemos que hay que aprender de lo que hay en la zona antes de intentar interacción. Mucha gente dice “intervenir”. La verdad es que en Cooperación Comunitaria no llegamos a intervenir. Esta palabra implica llegar de afuera a incidir adentro de una comunidad. Nosotros buscamos, más bien, aprender de las comunidades para desarrollar algo que pueda servirles a ellos, para mejorar y para disminuir la vulnerabilidad.
Hicimos investigación sobre el medio productivo y sobre aspectos ambientales. Advertimos que se necesitaba reforestar para disminuir los deslaves. Requerimos de dos años para reconstruir una sola comunidad. Después replicamos el proyecto en otras cuatro y hoy ya estamos colaborando con otros actores, con gente de los alrededores. Ha sido un proceso formativo, siempre a partir de los saberes tradicionales, buscando mejorarlos y adecuarnos. Ésa ha sido la aportación de Cooperación Comunitaria.
A partir de los sismos de 2017, empezamos a trabajar en el Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca. También hemos hecho algunas visitas a la zona del Popocatépetl, en Morelos y Puebla. Muchas organizaciones nos han pedido asesoría. Como somos una organización pequeña, no tenemos esa capacidad para estar en muchos sitios a la vez. Posiblemente, lo que haremos es un esfuerzo de formación de actores que estén en comunidades a las que no podamos ir. Sabemos que no vamos a terminar en un año. Van a ser muchos.
Mariana Ordóñez. –En Comunal trabajamos en la producción social del hábitat. Nos hemos centrado en dos zonas: la Sierra Nororiental de Puebla y el centro de Chiapas. En Puebla mapeamos distintas comunidades y notamos, por un lado, que había muchísimos recursos naturales y, por el otro, mucha necesidad de vivienda. Entonces pensamos en cómo conectar los recursos con las necesidades, a partir de procesos formativos, de capacitación y aprendizaje. Iniciamos con dinámicas en las que los pobladores nos compartían sus formas de vida. Si las construcciones se hacen sin entender estos modos de habitar, las viviendas muchas veces quedan en el abandono.
Pedro C. Cortés (1991)
Mexicano, nació en el Distrito Federal. Fotógrafo y narrador. Estudió Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Ha publicado sus trabajos en la revista Warp y en la Revista Vicio, así como en diversos periódicos del país. Es profesor de creación literaria y ha dictado cursillos en la Biblioteca Vasconcelos. Como fotógrafo, ha desplegado su acción particularmente en el paisajismo, el retrato y el fotorreportaje. Le gusta autodefinirse como cronista a ratos, fisgón de tiempo completo. Entre las influencias que reconoce están las de Stanley Kubrick, Juan Rulfo y Kevin Johansen. A menudo, manifiesta que ama el cubo Rubik.
En la zona tzeltal, por ejemplo, las cocinas son mucho más amplias que el espacio habitable debido a las funciones que tienen en la vida familiar, como la convivencia, el nacimiento de los hijos y la recuperación postparto de las madres. Cuando esto no se entiende, surgen propuestas que no cumplen con las necesidades de la gente. Hemos hecho, en conjunto con Onnis Luque, registro de las Ciudades Rurales Sustentables que promovió el gobierno federal. Definitivamente, quienes las hicieron no entendieron las maneras en que vive la gente y hoy están abandonadas.
En la sierra de Puebla trabajamos con la gente para hacer una casa modelo con bambú de la región. A partir de éstos y otros ejercicios de construcción de viviendas, la comunidad nos comentó que se necesitaba un bachillerato. Los estudiantes habían participado en los procesos formativos y sabían trabajar el bambú; ellos mismos podían construir la escuela. Hicimos el diseño con ellos, de manera participativa, y ahora estamos juntando recursos. Éstas son las cosas que pueden ocurrir cuando la gente se da cuenta que tiene al alcance los materiales y las capacidades para transformar su hábitat, y que pueden ser autónomos.
Pablo Landa. –El inicio de la reconstrucción de una comunidad puede tardar un año o más, porque hay un proceso previo de investigación que busca entender la cultura, las prácticas locales. Aprender antes de actuar es fundamental.
El año pasado, antes del sismo, el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) invitó a un montón de despachos a diseñar vivienda rural. Estamos hablando de arquitectos que tienen sus despachos en la ciudad y quizás van al campo el fin de semana, pero que difícilmente tienen un entendimiento profundo de cómo funciona la construcción en zonas rurales, de cómo funcionan las familias, de cómo se relacionan las viviendas con procesos productivos.
Los arquitectos diseñaron nuevas tipologías. Yo creo que la respuesta más correcta hubiera sido reconocer que el problema de la vivienda rural no es un problema de diseño. Las tipologías del campo ya existen. Más que diseñar, tenemos que entender por qué las distintas tipologías son como son. A partir de ese análisis, proponer un cambio en la construcción o en los materiales que se usan; desarrollar una propuesta en diálogo con los usuarios.
El trabajo que han hecho Cooperación Comunitaria y Comunal se trata de eso, de hacer aportaciones como técnicos, como arquitectos, que tienen un profundo respeto por los saberes locales. En este sentido, ¿qué relación existe entre este trabajo y las tipologías de La Montaña de Guerrero y la sierra de Puebla? ¿Qué se ha aportado y cómo se llegó a ello?
Isadora Hastings. –En nuestro trabajo de campo hemos visto dos tipos de diseño. Uno es el que viene de afuera, que se repite, con ligeras adecuaciones, de estado a estado, de región a región. Otro es el que nace de las tipologías tradicionales, rurales y que responde de manera certera al clima y a la cultura local. Como decía Mariana, una de las cuestiones más importantes es el uso del espacio. Es importante analizar dónde se realizan distintas actividades. Hay una complejidad enorme en esto, en las variaciones entre distintas culturas e incluso comunidades.
Muchas de las tipologías de vivienda tradicional están desapareciendo por la destrucción de bienes naturales, como ciertas palmas o maderas. Las adecuaciones que propongamos tienen que considerar estos procesos y ser conscientes del cambio climático y de los riesgos que representan los sismos, las erupciones volcánicas, las lluvias excesivas, incluso los tornados.
En La Montaña de Guerrero, lo que hizo Cooperación Comunitaria fue incluirle a la vivienda tradicional tecnología adecuada para hacerla más resistente a sismos y huracanes. Por ejemplo, uno de los bienes que se perdieron en esta zona es la teja. Ahora todos los techos son de lámina y esto hace las viviendas menos térmicas. Entonces pensamos en cómo mejorar la inercia térmica, usando este material. Terminamos por incluir un recubrimiento de pajarcilla, como aislante térmico natural, debajo de la lámina. También pintamos las paredes interiores de blanco, para mejorar la iluminación.
En el Istmo estamos en la parte urbana y en la rural. En la urbana lo que más se usa es el ladrillo, pero se ha dejado, poco a poco, de producir. Se necesita reactivar esa fuente económica para ayudar a la población y también porque lo que quieren es construir con este material. En la zona rural se construye con adobe. Allí mucha gente quiere “progresar” y cambiar el adobe por materiales industrializados. Ahí tenemos que hacer trabajo de sensibilización para que la gente esté informada y pueda tomar localmente una decisión adecuada a sus necesidades.
Mariana Ordóñez. –Cuando llegamos a la sierra de Puebla ya no había rastros de los sistemas constructivos tradicionales. Resulta que la Comisión Nacional de Vivienda, la Conavi, sólo autoriza subsidios para casas con materiales industrializados. Lo que sí permanece es el modo de vida, el uso tradicional de los espacios.
Pensamos en cómo incluir los materiales que tenían a la mano, como el bambú, y los usos locales en la construcción de viviendas. Con los créditos que obtiene la gente de programas federales, sólo pueden hacerse viviendas de aproximadamente 40 metros cuadrados, que son mucho más chicas de lo que se requiere en zonas rurales. Las leyes también propician que se incluyan la cocina y las habitaciones en un mismo núcleo, cuando en realidad no se vive de esa manera.
En nuestro primer proyecto en la sierra, consideramos el pórtico y un área para el altar, que es el espacio más importante de la casa. Platicamos con los usuarios de cosas básicas como la ventilación cruzada, cómo prevenir la humedad, e integramos sistemas de captación pluvial, porque es absurdo que, en una zona con tanta lluvia, muchas veces la gente no tenga agua. Nosotros aportamos esos conocimientos y la gente nos enseñó cómo se vive en su cultura.
Retomando el tema del Infonavit, nosotros participamos en la convocatoria que mencionó Pablo. Nos quedó claro que la política pública y la manera en la que se hace vivienda en el país definitivamente no son las adecuadas. Se piensa en la vivienda como un producto acabado, no un proceso. Nos propusieron 15 días para hacer la investigación sobre la región que nos habían asignado, lo cual no es suficiente. El proceso inició con las personas al centro y terminó en manos de las constructoras, a las que poco les importan las comunidades: quieren hacer viviendas e irse.
En una ocasión, Isadora y yo tuvimos una reunión con la Conavi para hablar de nuestros proyectos, que habían sido premiados en un concurso. Les preguntamos que por qué premiaban los proyectos con materiales locales y promovían otra cosa. Nos respondieron: “pues porque no se pueden masificar, no se pueden replicar. Lo que ustedes proponen no lo pueden hacer las constructoras”. Esta visión deja afuera la participación, el intercambio de saberes, y se centra en el diseño arquitectónico. Nosotros preferimos pensar en lo que hacemos como un proceso de facilitación social.
La vivienda vernácula requiere una aproximación sistémica. En Hueyapan, por ejemplo, las casas tienen tapancos para secar el maíz. Sin estos tapancos, el maíz se echa a perder. Si quien construye no entiende esto, atenta contra los procesos de producción de alimentos locales. Habitantes de esta región nos comentaban que las viviendas antes tenían dos aguas y, cuando empezó a escasear la madera, las empezaron a hacer de una sola. Esto tiene un impacto en los procesos productivos y en la resistencia del sistema constructivo. Todo está vinculado.
Lillian Martínez. –Voy a hablarles un poco sobre el trabajo que estamos haciendo en Pie de Casa. Este grupo surgió del Consultorio de Arquitectura Práctica. Todos los integrantes del Consultorio habíamos participado en distintos proyectos de diseño y construcción como estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El proyecto en el que yo participé fue un centro comunitario en un pueblo de Oaxaca, lo hicimos de tierra compactada y madera. Trabajamos con una asociación civil que se llama Campo. Parte de nuestro trabajo fue recuperar la tierra como material constructivo, porque en la zona estaban empezando a construir ya con block. Diseñamos un prototipo de dos módulos de tierra, de cuatro por cuatro, con una segunda planta de madera. El espacio de arriba se usa para hacer conservas, lo cual ha ayudado a reactivar la economía de la comunidad.
Otros casos fueron similares. En todos, se usaron materiales locales y se trabajó con las comunidades. Sintetizamos estos procesos en los talleres de arquitectura participativa y en los manuales del Consultorio de Arquitectura Práctica, que hemos preparado para universidades, comunidades organizadas y asociaciones civiles. Después de un año de trabajar como Consultorio, ocurrió el sismo y fundamos Pie de Casa, para hacer reconstrucción en distintos lugares junto con los damnificados.
Pedro C. Cortés (1991)
Mexicano, nació en el Distrito Federal. Fotógrafo y narrador. Estudió Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Ha publicado sus trabajos en la revista Warp y en la Revista Vicio, así como en diversos periódicos del país. Es profesor de creación literaria y ha dictado cursillos en la Biblioteca Vasconcelos. Como fotógrafo, ha desplegado su acción particularmente en el paisajismo, el retrato y el fotorreportaje. Le gusta autodefinirse como cronista a ratos, fisgón de tiempo completo. Entre las influencias que reconoce están las de Stanley Kubrick, Juan Rulfo y Kevin Johansen. A menudo, manifiesta que ama el cubo Rubik.
Pablo Landa. –Todo esto me hace pensar que la fama, para los arquitectos y diseñadores, es peligrosísima, porque les hace creer que en todo tienen razón y que pueden hablar de todo. Sucedió justo después del sismo, por ejemplo, que algunos arquitectos corrieron a preguntarle qué hacer a Alejandro Aravena, como experto en arquitectura social y como chileno, porque en Chile hubo un sismo tremendo en 2010. Le hicieron una entrevista y resulta que Aravena tenía muy poco que decir, pero, como es famoso, todos le pusieron mucha atención.
Lo primero que dijo es que hay materiales tecnológicamente superiores al adobe y que no tenía sentido reconstruir con tierra. Y lo dijo sin haber ido a ninguna comunidad, sin haber hablado con los damnificados, sin conocer los procesos sociales que ocurren en torno a la construcción. Aravena habló de la reconstrucción como algo estrictamente estructural y olvidó el trasfondo social que, como se ha dicho, es fundamental. La reconstrucción debe ser arquitectónica y social, tiene que ser sistémica. Son peligrosas las estrellas porque los estudiantes, los arquitectos jóvenes, las escuchan incluso cuando no saben bien de qué están hablando.
En estos momentos conviene dudar de quienes se presentan como expertos, y reconocer a la gente como experta sobre su entorno y sus necesidades. Muchas veces, cuando pensamos en los procesos de reconstrucción, pensamos en los arquitectos, diseñadores, antropólogos u otros profesionales. Conviene no dejar de lado a las comunidades, sus saberes. Lo ideal sería, quizás, que los procesos de reconstrucción fueran autogestivos, que no necesitaran la participación de actores externos como facilitadores.
Los proyectos que se han comentado buscan construir una base de conocimientos en las comunidades para fortalecer la capacidad de sus miembros de actuar y tomar decisiones por su cuenta. Las organizaciones han creado instrumentos, herramientas, estrategias que permiten que las comunidades trabajen solas después de un proyecto piloto.
Isadora Hastings. –No debemos olvidar que justo después del sismo del 7 de septiembre, el presidente declaró que las viviendas se habían caído por ser de adobe y por fallas en la cimentación. Cuando lo escuchamos, muchas organizaciones dijimos: “esto lo tenemos que desmentir”, porque sabíamos, por testimonios, que no era cierto. Por eso hicimos un pronunciamiento a favor del adobe y de otros materiales locales. Lo que buscábamos es que la gente no se quedara con la idea errónea, que promovía el presidente, de que el adobe no sirve.
En Hueyapan, por ejemplo, hay una vivienda de adobe de seis metros de alto que está intacta, no tiene una sola grieta y, con 109 años, ha resistido muchos sismos. Hay varios casos así. Entonces, ¿por qué no aprender de las construcciones que han sobrevivido?, ¿por qué intentar algo nuevo, en aras de una idea equivocada de progreso? Tenemos que analizar las fallas en las estructuras y también los casos en los que no hubo fallas para decidir qué es lo más conveniente.
En cuanto a la forma en que trabajamos, para que no nos tengamos que quedar ahí años reconstruyendo y para que las comunidades no sólo puedan reconstruirse sino eventualmente ayudar a otras, hemos hecho procesos formativos y hasta herramientas. En La Montaña de Guerrero, mejoramos el tamaño del adobe y, para promover que no se hicieran adobes de otros tamaños que no resistieran, les facilitamos moldes de madera. También hicimos, para esta región, un manual de autoconstrucción de vivienda reforzada de adobe y lo distribuimos. No se trataba simplemente de entregarlo, sino de que fuera parte de un acompañamiento de los talleres de construcción.
Pedro C. Cortés (1991)
Mexicano, nació en el Distrito Federal. Fotógrafo y narrador. Estudió Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Ha publicado sus trabajos en la revista Warp y en la Revista Vicio, así como en diversos periódicos del país. Es profesor de creación literaria y ha dictado cursillos en la Biblioteca Vasconcelos. Como fotógrafo, ha desplegado su acción particularmente en el paisajismo, el retrato y el fotorreportaje. Le gusta autodefinirse como cronista a ratos, fisgón de tiempo completo. Entre las influencias que reconoce están las de Stanley Kubrick, Juan Rulfo y Kevin Johansen. A menudo, manifiesta que ama el cubo Rubik.
Hace unas semanas nos quedamos muy sorprendidos al ver que parte de ese manual fue tomado por una instancia de gobierno para hacer un tríptico que se distribuyó en el Istmo de Tehuantepec. Esto es un problema enorme porque si en el Istmo, sobre todo en las comunidades laguneras, se construye como en Guerrero, las casas no van a servir. Con estos instrumentos hay que tener mucho cuidado. Cada región es distinta y no se pueden emplear las mismas soluciones.
Los procesos de reconstrucción son largos y tienen que incluir a la población forzosamente en todas las etapas: en el diseño, el análisis de riesgos, la construcción. De otro modo, no hay aprendizaje. La participación es fundamental porque las poblaciones suman aprendizajes y se vuelven más resilientes.
Para terminar, me gustaría subrayar algunas cosas. Primero, hacer viviendas progresivas es mejor que hacer viviendas temporales. Es mejor pensar en un cuarto que sea la primera parte de una vivienda que invertir en viviendas temporales inadecuadas. Segundo, todo lo que hagamos tiene que considerar la cultura local, la participación de la población y contribuir a su formación. Debemos pensar la formación como algo que reconoce las capacidades que ya existen localmente y que aprovecha los bienes naturales de la región. Con esto podemos ir creando coaliciones resilientes y autogestivas.
Mariana Ordóñez. –En Comunal hemos observado que algunos sistemas constructivos tradicionales han dejado de transmitirse de una generación a otra y esto genera viviendas deficientes que, en buena parte, sufrieron daños en los sismos. Identificamos sistemas híbridos: casas de adobe intervenidas con castillos de concreto, mezclas de materiales que son incompatibles, lo que ocasiona colapsos.
A través de capacitaciones técnicas podemos prevenir este problema. Lo que hacemos al iniciar un proyecto es un mapeo de las personas clave, de los que saben construir con técnica tradicional. En el caso de la Escuela Rural Productiva, los alumnos participan en su construcción, aplicando las técnicas de bambú que han aprendido; incluso propusieron un taller de bambú para capacitar ellos mismos a las nuevas generaciones. La Escuela va a ser un espacio para la construcción y transmisión de conocimientos en la comunidad.
Además, los alumnos van a hacer un manual de bambú en náhuatl y a recolectar información sobre herbolaria y medicina tradicional de sus abuelas. Están sacando recetas de pomadas,
shampoo, ungüentos, jarabes.
Nos da muchísimo gusto que, después del sismo, los chavos de la sierra de Puebla, con quienes trabajamos, diseñaran un modelo de vivienda progresiva. Ellos entienden muy bien que hay que pensar a largo plazo. Hicieron un módulo de bambú que ya están construyendo en varios sitios. Ya ni siquiera tienen que echarnos una llamadita.
Lillian Martínez. –Ahora, en Pie de Casa, estamos empezando a generar manuales para distintas regiones afectadas. Lo que queremos hacer es una compilación de otros manuales de sistemas constructivos y de materiales enfocados en distintos sitios y sus problemáticas específicas. Nosotros vamos a construir pies de casa para familias afectadas y la idea es que los manuales faciliten que ellos sigan construyendo una vez que nosotros nos vayamos.
Lo que hemos notado en nuestros recorridos por zonas afectadas es que se mezclan los sistemas constructivos. Algunos, al regresar de Estados Unidos, construyen un nuevo cuarto de cemento, pegado al de adobe, en vez de hacerlo separado, y estos materiales no funcionan juntos.