Septiembre conmovió al país. La pobreza, obligada a la autoconstrucción en la orilla de las ciudades, y la impunidad, materia prima de la corrupción, saltaron al escenario. Y también la gente desachicada. brinda una revisión de la organización popular tras los sismos de 1985 y 2017. Las de este número son voces contra el olvido; invitan a la batalla, remendando la memoria, cantando el encuentro con el otro.
Mexicano, nació en el Distrito Federal. Fotógrafo y narrador. Estudió Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Ha publicado sus trabajos en la revista Warp y en la Revista Vicio, así como en diversos periódicos del país. Es profesor de creación literaria y ha dictado cursillos en la Biblioteca Vasconcelos. Como fotógrafo, ha desplegado su acción particularmente en el paisajismo, el retrato y el fotorreportaje. Le gusta autodefinirse como cronista a ratos, fisgón de tiempo completo. Entre las influencias que reconoce están las de Stanley Kubrick, Juan Rulfo y Kevin Johansen. A menudo, manifiesta que ama el cubo Rubik.
Todo esto significaba una amenaza para los pobladores de la zona central de la ciudad. No cabíamos en ese proyecto. Estoy hablando del centro y sus alrededores, una zona con un sinnúmero de viviendas viejas y ruinosas llamadas vecindades. Con los proyectos de transformación urbana que promovía el gobierno, la gente empezaba a salir del Centro, expulsada hacia la periferia de la ciudad, a los cinturones de miseria donde autoconstruían sus viviendas.
Otra condición que ayuda a entender el contexto político y social en el que ocurrió el sismo del 85 es la represión. Veníamos de la experiencia traumática de 1968, del movimiento estudiantil reprimido por el gobierno. En los años previos al sismo empezaba a recuperarse un poco la movilización popular, que tardó más de diez años en abrir de nuevo el Zócalo como un espacio para la manifestación y la expresión de demandas por parte de maestros, obreros, campesinos.
Doña Rosario Ibarra de Piedra conformó el Comité Eureka contra la desaparición de personas y contra la represión. El Frente Nacional contra la Represión era un grupo de madres de desaparecidos que operaba como núcleo central en contra de la violencia de Estado. En tiempos de José López Portillo, si no me equivoco, en los periódicos apareció una fotografía del momento en que la señora Rosario rompe el cerco del presidente y se avienta a sus pies para llamar la atención. En ese tiempo nadie veía al presidente a no ser los sectores relacionados al Partido Revolucionario Institucional. De los movimientos sociales nadie podía ver al presidente, y Rosario Ibarra de Piedra comenzó a cambiar eso.
Una tercera condición que es importante tener en cuenta es la existencia de movimientos sociales en los barrios. Estaban formados desde abajo. Después de 1968, se fueron incorporando cuadros universitarios y políticos a estos movimientos. Estos cuadros son los que propiciaron que se pudieran coordinar distintos movimientos sociales.
En aquel tiempo ya se había formado la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la CNTE, que ha estado enfrentando la reforma educativa y hoy tiene una presencia muy importante en la organización de damnificados de los sismos en Oaxaca y Chiapas. De esto no se habla mucho, pero ahí están trabajando. También estaba la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, que aglutinaba a los movimientos campesinos, y el Movimiento Urbano Popular, que era donde estábamos nosotros. Esto me parece importante, porque es una de las grandes diferencias a lo que estamos viviendo hoy.
Esto que decía Manuel de la desilusión, del hartazgo de la política, es una expresión del presente, pero en aquellos años era muy diferente. Nosotros decimos que, a raíz del sismo del 85, el partido oficial, el PRI, perdió la base que le daba sustento en el Distrito Federal. La credibilidad la ganaron los movimientos populares que se sumaron a las luchas de los damnificados. Es así que me atrevo a decir, como comentaba Cecilia, que la propuesta de reconstrucción que desarrollamos nosotros tuvo un impacto en el proyecto oficial, en el Programa de Renovación Habitacional Popular, que operó en la parte central de la ciudad después.
¿Cuáles son para mí los éxitos de la respuesta al sismo por parte de las organizaciones populares? Evidentemente, el primero es, como escribió Carlos Monsiváis, la aparición de la sociedad civil que se auto-organiza y que coordina la respuesta a la emergencia ante la incapacidad del gobierno. Voy a contar una anécdota: en la colonia Guerrero, afuera del local de la Unión de Vecinos, que era en la calle de Sol 168, la devastación era total. No había agua, ni luz, ni drenaje. La delegación mandó patrullas al local de la Unión para que en la noche salieran brigadas de vecinos a ofrecer seguridad a varias zonas de la colonia Guerrero, con las patrullas iluminando atrás. Esto muestra que las organizaciones tenían más credibilidad que el propio gobierno.
Como organización, comenzamos a promover que los damnificados establecieran campamentos afuera de sus viviendas, si ya no podían ocuparlas. La idea era que no se fueran porque podían perder sus casas. Los campamentos se hicieron de manera muy horizontal, de predio en predio, de vecino en vecino. En particular en la colonia Morelos, que a mí me tocó estar ahí, se llenaron de campamentos todas las calles. Nadie podía transitar en carro por la colonia. Con eso se logró que no fuéramos expulsados de la zona. Esto fue otro éxito.
Otro logro de la organización fue la expropiación. Vimos que era la única manera de evitar la especulación del suelo. A través de un diputado se empezó a discutir este tema en la Cámara. Claro que ni nos pelaron. “Pinches locos”, decían. Y así nos trataban. Pero eventualmente lo logramos, después de presionar y presentar nuestras demandas a la presidencia. Logramos también que se adoptara nuestro programa de reconstrucción.
Finalmente tuvimos un logro importante en el tema de comunicación. El control de la información en el 85 estaba en manos del Estado. Nosotros vimos una gran oportunidad cuando llegó la prensa internacional a la Ciudad de México y le dio los micrófonos a los damnificados. El López Dóriga de aquellos años era Jacobo Zabludovsky. En los noticieros de Televisa decía: “no salgan a la calle, todo está bajo control”. Y hagan de cuenta que para la gente esto significaba “salgan”. La gente no les creía a los noticieros y salió a la calle a controlar el tránsito, a guiar a las patrullas, a las ambulancias, etcétera. Todo el control estaba en manos de la sociedad. Entonces, con la falta de credibilidad de los medios mexicanos y la presencia de los medios internacionales, se logró algo de apertura de los medios de comunicación.
Cecilia Barraza. –Creo que los inquilinos, las organizaciones, fueron tomando un espacio importante en la toma de decisiones y luego fueron haciendo propuestas concretas. Sus propuestas no solamente tenían que ver con la reconstrucción física, sino también con una reconstrucción social.
Francisco Saucedo. –La propuesta de reconstrucción que hicimos estaba basada en las necesidades de la gente. El 27 de septiembre de 1985, a una semana del sismo del 19, salimos en una gran movilización de damnificados. El 2 de octubre, como producto de esta movilización, la presidencia invitó a varias organizaciones sociales a una reunión en un edificio a un lado de Los Pinos. Éramos como 20 personas, de las cuales yo solamente no conocía a una, a Felipe Ehrenberg, que había formado un campamento en Tepito. Todos los demás nos conocíamos del Movimiento Urbano Popular.
A mí me propusieron como coordinador de esa reunión. Un tal licenciado Zorrilla nos dijo: “los estoy trayendo aquí para que se pongan de acuerdo, que decidan qué quieren”. Eran las 12 del día y nos dijo: “a las 5 de la tarde tienen siete minutos con el presidente De la Madrid”, y se salió. Yo les propuse a los compañeros que hiciéramos tres demandas: primero, la expropiación de predios dañados; segundo, la rehabilitación de todos los servicios públicos en toda la zona devastada, y tercero, la adopción del proyecto de reconstrucción que habíamos desarrollado.
Cuando llegó el presidente, le di el folleto Proyecto de reconstrucción de viviendas en las colonias Guerrero y Morelos. Estuvimos más de hora y media con él. Le presentamos las tres demandas y, a los ocho días de la reunión, se publicó el decreto expropiatorio y poco después se estableció el Programa de Renovación Habitacional Popular.
Durante la reconstrucción se hicieron muchas organizaciones pero, tenemos que decirlo con mucha honestidad y mucha pena, algunas se convirtieron en empresas inmobiliarias. Por eso nosotros decíamos que nuestro papel no era hacer viviendas, sino pedir que se hicieran políticas públicas con una directriz y una supervisión social. Solicitamos que la gente se reuniera para decir qué tipo de vivienda quería. Juntos, pedimos que no se perdiera el aspecto comunitario de las vecindades, que tenían patios al centro y eran como grandes familias. En cuanto la gente tuvo vivienda propia, se volvió más individualista.
A nosotros no nos interesaba nada más que se diera vivienda a los miembros de nuestra organización. Nos interesaba que hubiera programas que resolvieran problemas de fondo. Después del Programa de Renovación Habitacional Popular se hicieron otros, con créditos del Fondo Nacional de Habitaciones Populares, que dieron la oportunidad a la gente de tener una vivienda habitable. Estos cambios contribuyeron a que eventualmente cambiara el gobierno de la Ciudad de México. Varios miembros del Movimiento tuvieron la oportunidad de ser diputados y, desde esa posición, lograron que se siguiera dando créditos accesibles a la gente.
Habría que reflexionar qué ha pasado con los programas que surgieron de estos esfuerzos. Muchos ya no tienen la vocación de apoyar a la organización social, sino que buscan beneficiarse de ella. Esto es algo que tenemos que revisar, porque los programas a veces no son malos, sino que actúan mal quienes los manejan y ahí hay una responsabilidad tanto de la sociedad como de los funcionarios.
Cecilia Barraza (1971) ha participado en organizaciones vecinales de La Merced, Santa Fe y la colonia Guerrero. Tiene un libro: Pólvora. Retratos y murmullos de la Fábrica de Pólvora en Santa Fe. Francisco Saucedo (1955) es colaborador del Centro Internacional de Investigación de la Economía Social y Solidaria en México de la Universidad Iberoamericana. Fue uno de los fundadores de la Unión de Vecinos de la Colonia Guerrero, la Coordinadora Única de Damnificados y la Asamblea de Barrios. Yolanda Tello forma parte de la Unión de Vecinos de la Colonia Guerrero y de la Asamblea de Barrios desde su creación. En Casa y Ciudad busca preservar la memoria de movimientos sociales. Manuel Rivera es miembro de la Unión de Vecinos de la Colonia Guerrero. Coordinó los procesos legales contra los desalojos en vecindades.