En un cuento de Benedetti, los jugadores de cierto club rioplatense cambian la letra del himno nacional por la de un tango, y triunfan. Como en esa ficción, el fútbol y la política se encuentran con frecuencia. Son viejos conocidos. Los textos que publicamos recogen algunas historias alrededor de la pelota. Ella es fuente de alegría cuando estalla en la red y ahora recolecta ovaciones, metiéndole goles a la amnesia.
En algunas ocasiones, se celebran triángulos en que, de acuerdo al temple o al fixture, prevalece uno de los tres lados. Uruguay, Argentina y Brasil conforman un clásico y el último es el vértice más fuerte. Para nosotros y los uruguayos, el rival a vencer siempre es Brasil. Podemos acordar un empate con nuestros primos, jamás con La verdeamarela. No sé qué sentirán los cariocas, se me ocurre que el Maracanazo es una llaga insomne y todo partido con La celeste constituye una revancha. A veces, con un candor empeñoso, se quiere instalar un clásico a partir de alguna circunstancia fortuita: Argentina contra Colombia, después del cinco a cero en el 93, por ejemplo.
En Europa, España y Portugal hacen yunta; Holanda y Bélgica, Inglaterra y Escocia, acaso Bulgaria y Rumania, van en pares. Creo que el triángulo sudamericano se replica con Alemania, Francia e Italia, aunque el equipo de Tintín es casi un invitado. Dejo para el final Austria y Suiza porque, sin que medie en suerte ninguna incidencia ocasional, justo sería que Polonia reemplazara a los austriacos.
Toda nación tiene su prócer franquicia: San Martín, Bolívar, Napoleón; los suizos han encontrado en Guillermo Tell al hombre que mejor le cabe el traje. Sólo una nación de relojeros puede consagrar como héroe a quien acierta un flechazo de ballesta sobre la cabeza de su hijo –lo que, además, constituye una fuerte presión para todo suizo que intente patear un penal.
Los mejores músicos de la historia han nacido en los países con quienes comparten fronteras. Sólo por nombrar algunos: Bach y Beethoven, en Alemania; Ravel y Debussy, en Francia; Vivaldi, Verdi, Rossini y Monteverdi, en Italia. En Austria se puede armar un seleccionado completo con Mahler al arco y Mozart de diez, para empezar. Como si fuera un vacío sonoro, un remanso entre tanta furia de corcheas, Suiza no produce música, sino canto tirolés. Sin embargo, fue en su Mundial cuando el fútbol devino rock and roll.
Como los Juegos Olímpicos y la carrera hacia la luna, el Mundial de Suiza de 1954 fue parte de la Guerra Fría. Corea del Sur estaba recién salida del horno y no podía faltar a la cita; el bloque soviético consideró cuestión de Estado la performance de los húngaros –uno de los mejores equipos de la historia–, y la CIA pergeñó un plan, que finalmente no llevó a cabo, para secuestrar a Puskas, la estrella de Hungría.
Cuesta creer que en un país donde, de acuerdo al ingenuo e irónico conservadurismo de Borges, sus habitantes se han conjurado para que sea la razón la que disuelva sus diferencias, se haya llevado a cabo el Mundial más disparatado que se recuerde –y en el que más goles se marcaron. En el grupo B, Hungría le gana a Alemania 8 a 3; tres días más tarde, Alemania vence 7 a 2 a Turquía, que había apabullado 7 a 0 a Corea del Sur; ya en cuartos, Austria le hace 7 a Suiza pero luego recibe 6 de Alemania. Y Hungría, que no metía menos de 4 goles por encuentro, pierde la final con Alemania, que le descarga 3 goles –el resultado más inesperado: nadie creía que Hungría podía llegar a perder.
Francés, nació en Annecy. Reside en Grenoble. Se declara autodidacta. Su devoción por la pintura flamenca, en particular Pieter Brueghel “El Joven” y El Bosco, el Art Brut y el cómic lo inclinó al dibujo. Aunque durante largos años se desempeñó en los más diversos oficios, confiesa que se decidió a ejercer el dibujo a partir de una historia de amor y un periodo de desempleo. En sus figuras deformes en tinta india, carboncillo, acrílico y modelado, paradójicamente prevalece y se acentúa lo humano. Estos personajes expresan la dualidad entre el bien y el mal. Priva en su lenguaje la idea de transfigurar la asfixiante angustia del mundo contemporáneo. Ha expuesto en muchas partes de Francia, Italia y Bélgica.
Argentino, nació en Bahía Blanca. Narrador. Ha publicado las siguientes obras: El canon de Leipzig, Los mares de la luna, Perdidos en el espacio, Bellas artes, Maelstrom, El arte de la fuga y Una ofrenda musical. Su actividad literaria no ha interferido con su amor por el deporte: en baloncesto es devoto de Manu Ginóbili y, en fútbol, desde 1974, de la selección de Holanda (“vestía de naranja y, como ocurre con lo hermoso, perdió la final”). Suele asegurar que prefiere un buen tinto que mil cervezas y proclamar su afición ilimitada a la música de Bach, Beatles y Led Zeppelin. Los diálogos con su abuelo fueron clave en su formación. Y los tomos de las Obras completas de Sarmiento que le heredó. Y Tólstoi y Vonnegut.